LOS AMANTES SUICIDAS | *ERMANNO CAVAZZONI

Una tal Marietta, casada y des­graciada, tenía un amante, también desgraciado. Su infelicidad se debía principalmente a su carácter y no sólo a las tribulaciones de su relación. Se encontraban para llorar y estar tristes. El amante, que se llamaba Paride Germi, le prometía que un día se ma­tarían en el hotel, y la tal Marietta (de soltera Noeres) lo abrazaba y lloraba y decía «Prométemelo» y Paride Germi respondía «Te lo prometo». Nótese que si hubieran tenido un carácter dife­rente hubieran podido ser unos aman­tes normales o casi normales. Pero se complacían en la desgracia como otros se complacen en la felicidad.

Así que se citan en el hotel, el ho­tel Regina de la calle Makallé, a las diez de la mañana. Paride Germi tenía un revólver. Probablemente quería dis­parar a la tal Marietta y luego dis­pararse echado en la cama junto a ella. Pero el primer disparo, como se puso en claro en comisaría, se le escapó demasiado pronto y le perforó una pierna. Luego disparó a Marietta, que suplicaba y lloraba. Pero la pistola era vieja y marró el tiro. Las balas se re­montaban a la última guerra mundial, eran residuos bélicos del calibre nueve, y luego se vio que el latón es­taba todo oxidado. Paride Germi de­claró más tarde que la susodicha Marietta le besaba la mano con una fuerza desesperada y le suplicaba que la matara. Como era una pistola auto­mática, tuvo que armarla de nuevo, pero lloraba tanto que no veía nada y Marietta estaba talmente encima de él y sollozaba de un modo tal que se le escapó otro tiro accidental que le atra­vesó el zapato y el pie. Este disparo le hizo mucho daño, mientras que el del muslo apenas lo había notado. Luego llamaron a la puerta porque los dis­paros habían hecho mucho ruido. Paride Germi declaró, con mucha pre­sencia de ánimo, que hasta él los había oído. Marietta imploraba «Acaba con­migo» y añadía otras palabras deliran­tes de amor. Paride Germi sentía que se desmayaba, sobre todo a la vista del zapato lleno de sangre. Pero se le es­capó otro tiro; Germi afirma que no en­tendía de armas, que nunca había ma­nejado ninguna y que aquella pistola era muy sensible o tenía un defecto en el gatillo. Además, le temblaban las manos al pensar hasta qué punto ha­bía llegado la peripecia. La bala atra­vesó una pared y rompió el espejo de la habitación vecina, donde un cliente se puso a pedir socorro. Antes de que el portero echase la puerta abajo, junto con un mozo y el guardia jurado Silvio Mèsoli, Paride Germi aún tuvo tiempo de disparar un último tiro apuntando con más calma. Pero dice que no veía absolutamente nada y que deliraba, y que en lugar de herir a Marietta en el pecho había atravesado otra vez la pared divisoria. Después de lo cual ha­bía sido inmovilizado y desarmado, sin que opusiera resistencia. Entregó es­pontáneamente el revólver, que aún contenía dos balas.

Fue condenado por homicidio, con los atenuantes genéricos habitua­les, y perdió el uso del pie. El caso su­cedió en Génova, el 6 de octubre de 1950, y se hizo famoso.

*ERMANNO CAVAZZONI