LA HAINE; 18:22 | *MATHIEU KASSOVITZ

Interior. Baño público.

VINZ y HUBERT mean. SAÏD habla por teléfono.

SAÏD: Si, oye. Sí. Dame la dirección de Astérix… De acuerdo, pero no me hagas esperar durante… (bebe batido. al resto) ¡Quince francos por el Cacaolat! ¡Tengo que recuperar el dinero esta noche como sea! (a VINZ) Toma, ¿Quieres un poco? (VINZ niega con la cabeza) ¿No quieres Cacaolat? ¿No quieres?

VINZ: No.

SAÏD: ¿Seguro?

VINZ: Sí.

SAÏD: ¿Un trago? (a HUBERT) Hub, ¿tú no quieres? (HUBERT niega con la cabeza) ¡Si tú ya eres un Cacaolat!

SAÏD ríe y vuelve a beber. Espera con el teléfono pegado a la oreja. VINZ y HUBERT siguen meando en silencio.

SAÏD: Bueno, vale, ¿vais a estar de morros mucho tiempo?

VINZ: Sí. ¿Qué pasa? ¿Quién está de morros? Yo no estoy de morros.

SAÏD: ¡Vamos, no me jodas!

VINZ: Pregúntaselo a ese otro.

SAÏD: Os comportáis como críos.

HUBERT: ¿Quién es el crío aquí?

SAÏD: Espera, he dicho unos críos. Dos críos mosqueados por una tontería. (al teléfono) ¿Hola?

HUBERT: Estoy totalmente de acuerdo contigo.

SAÏD: (al teléfono) ¿Hola?

HUBERT: Querer matar a un poli es una tontería.

VINZ: Oye, oye, oye. Por favor, Saïd, dile a tu amigo que me deje en paz, ¿vale? Porque yo nunca he dicho que fuera a matar a un poli.

SAÏD: Sí lo has dicho.

VINZ: ¡No!

SAÏD: ¡Sí!

VINZ: ¡No!

SAÏD: ¡Sí!

VINZ: ¡No, no es lo que dije! Sólo dije que, si Abdel moría, mataría a un poli. No dije que lo mataría por diversión. (termina de mear) Pero antes, cuando estábamos en la cueva, si no hubiera tenido el revólver nos habrían masacrado. Nos habrían cortado en cincuenta pedazos.

HUBERT (termina de mear): Nos estábamos jugando la cárcel. Éste se cree que vamos a dedicar los domingos a visitarle en la trena.

VINZ: Oye, yo no le pido nada a nadie, y menos a un tío que ante la policía se baja los pantalones.

HUBERT y SAÏD ríen.

VINZ: Sí, sí, reíros. ¡Ya estoy hasta los huevos de soportar como un idiota este maldito sistema día tras día! ¡Aquí estamos, viviendo en una puta ratonera! ¿Y qué haces tú para que cambien las cosas? ¡No haces nada, ni tú tampoco! A vosotros os lo he contado porque sois mis amigos. Como Abdel se muera voy a restablecer el equilibrio: Me cargaré a uno. Así entenderán que no les vamos a ofrecer la otra mejilla.

SAÏD: ¿Sabes una cosa? Cuando hablas así pareces una mezcla entre… entre Moisés y Bernard Tapie.

HUBERT: En serio, Vinz, olvídalo ya. Es una historia de locos, tienes que olvidarla. Oye, Saïd, ¿si Abdel muere perdemos a un amigo?

SAÏD: Sí.

HUBERT: Entonces está claro que tú me apoyas en esto, ¿verdad?

SAÏD: ¡Pues claro!

HUBERT (a VINZ): Estás solo. Estás solo, y solo no puedes cargarte a toda la policía.

VINZ: ¿Qué pasa contigo? ¿Me quieres sermonear? ¿Te crees tan superior como para decir lo que está bien y lo que está mal? A ver, ¿por qué nunca estás de mi lado? ¿Por qué te pones del lado de los maricones?

HUBERT: Oye, escucha. ¿De qué maricones estás hablando? Si hubieras ido al colegio sabrías que…

VINZ (interrumpe): ¿Qué cojones me estás contando?

HUBERT: El odio atrae al odio. ¡El odio atrae al odio!

VINZ: ¡No he ido al colegio, yo soy de la calle! ¿Qué ocurre, qué ocurre? ¡A mí, estar en la calle, lo que me ha enseñado es que si pones la otra mejilla te dan por el culo y punto, así que déjame en paz!

HUBERT: ¿Pero de qué estás hablando? ¡Has encañonado a un poli el arma de otro polí y te podrían haber matado, y a nosotros!

Cisterna de wc. Del retrete sale un viejo.

VIEJO: No hay gusto más descansado que después de haber cagado. ¿Creen ustedes en Dios? No hay que preguntarse si se cree en Dios, sino si Dios cree en nosotros. Yo tenía un amigo que se llamaba Grunwalski. Nos deportaron a los dos juntos a Siberia. Cuando se va a Siberia a un campo de trabajo, se viaja en un tren de ganado que atraviesa las estepas heladas durante días y días sin que se cruce con nadie. Juntos nos manteníamos abrigados. Pero el problema surgía a la hora de ir a cagar: En el vagón era absolutamente imposible, y los únicos momentos en los que el tren se paraba, era porque tenía que llenar de agua la locomotora. Además, Grunwalski era muy vergonzoso. Le incomodaba incluso lavarse delante de mí. Se azaraba. Y yo, por eso, en un montón de ocasiones me burlaba. Un día, al pararse el tren, todo el mundo aprovechó para ir a cagar al otro lado de los vagones. Yo le había tomado tanto el pelo a Grunwalski con eso, que prefirió alejarse un poco más de allí. Entonces el tren se puso en marcha y todo el mundo se subió, ya que el tren no esperaba a nadie. El problema fue que Grunwalski, que se había ido a hacerlo detrás de un arbusto, no había terminado de cagar. Le vi salir, detrás del arbusto, sujetándose el pantalón con las dos manos para que no se le cayera, e intentó subir al tren. Le tendí la mano. Pero, cada vez que él intentaba tenderme la suya, se le caía el pantalón a la altura de los tobillos. Se subía el pantalón y seguía corriendo. Y cada vez que intentaba agarrarse a mí, se le caían los pantalones.

SAÏD: ¿Y luego qué es lo que pasó?

VIEJO: Nada. Grunwalski se murió de frío. Adiós. Adiós. Adiós. (sale)

SAÏD: ¿Por qué nos lo ha contado?

 

*MATHIEU KASSOVITZ