DESGRACIAS DEL OJO DEL CULO | *QUEVEDO + *BERNARD PICART

PRIMERA DESGRACIA

Enseña un ayo mugriento la lición a un descuidado niño. Encomiéndasela a la memoria y como potencia vil pásasele y jugando, olvida y en pena de lo que pecó la memoria abre el culo a azotes.

SEGUNDA

Va un estudiante un madrugón a una viña, vendimia a la mitad de ella, lleva un lagar en el estómago, topa con una fuente, y porque se lo pide el gusto bebe hasta hartarse: pícase la sed y deshácese en cámaras y págalo el ojo del culo.

TERCERA

El otro mesurado o engullidor miserable, por comer de balde llenó tanto el estómago que se ahitó movido del apetito y págalo el culo a puro jeringazos.

CUARTA

Tiene un mal curado enfermo modorra y porque el humor se le ha apoderado de los sentidos y los descuidos que tuvo el poco prevenido médico, lo paga el culo a puro sanguijuelas que lo sajan vivo.

QUINTA

Sábese, según doctrina de muchos filósofos, que el regüeldo es pedo malogrado y que hay algunos tan desdichados que no se les permite llegar al culo, así lo enseña Angulo que no ha acabado de salir por la boca cuando le dicen todos: «¡Vaya a una pocilga!», y cuando sale por el ojo del culo todo es aplaudido y cuando más le dicen cuerno, como otro tenía costumbre de decir cuando uno se peía «¡cuerno! por ahí comas carne y por la boca mierda, y papa te vea la madre que te parió por- que te vea más medrado; en las sopas te lo halles como garbanzo, con esa música te entierren, sabañones y mal de gamones, coz de mula gallega, por donde salió el pedo meta el diablo el dedo, la víbora el pico, el puerco el hocico, el toro el cuerno, el león la mano, el cimborrio de El Escorial y la punta de mi caracol te metan amén».

SEXTA

Da el otro extranjero en caballerear, bizarrear y servir a damas y traer mucha bambolla y fausto, falta a los negocios y pierde el crédito y lo que pecaron los miembros genitales lo paga el inocente culo. Pues al punto dicen: «Fulano ya dio de culo».

SÉPTIMA

Va el otro narciso, pisaverde a pie por la calle en tiempo de todos y por más cuidado que pone en las chinas o piedras que están descubiertas para asegurar los pies y andar de guija en guija, resbálase el pie y hace pedazos el pobre culo y de más a más se hace una plasta de todo que le coge de pies a cabeza.

OCTAVA

Da el otro pobre a la medianoche en tiempo de invierno una correncia o evacuación de tripas y porque con la priesa que tiene no se acuerda bien hacia donde quedó el brasero o barreño de la lumbre tropieza en él y hace pedazos las piernas y el culo, cobrando con esta desgracia enfermedad para muchos días.

NONA

Tan desgraciado es el culo que hasta los animales les muerde el lobo por él y en las monas se ve que porque quieren descansar y sentarse a menudo se llenan el culo de callos y por eso han dado en decir: «Fulano tiene más callos que culo de mona».

DÉCIMA

Viene el otro picarón a sentir el calor del verano y porque yéndose a rascar la comezón de una ladilla frisona  le  estorbó  el  matarla  una horrenda población de pendejos que topa hacia el culo, determina de matarlas con unas tijeras y teniendo las manos torpes y no ver lo que hace ni poder sufrir más el ser puerco abre a tijeretazos el pobre culo.

UNDÉCIMA

Viene la otra pobre casada o don- cella a descubrir más de lo que fuera menester su natural inclinación de ser puta, tiene celo de ello el galán y causa cuidado al marido y por dar a entender que conocen la fragilidad y imperfección del sujeto, dicen: «de res que se mea el rabo, no hay que fiar».

DUODÉCIMA

Dale al otro una apretura en la calle o cógele en la comedia, sale con priesa a buscar dónde desbuchar, y porque no llegó tan presto a las necesarias o le embarazó algún nudo ciego, emplástase o embadúrnase de mierda el pobre culo.

DECIMOTERCERA

Viene el otro estudiante o platicante de medicina y al ir a ordenar un medicamento a la cocina topa a la criada que se había hecho del ojo, y ella por darle gusto y apagar el fomes de la concupiscencia y titilaciones venéreas, empieza sus cernidillos y bamboleos, diviértese con el gusto y acribilla a golpes el pobre culo de escalón en escalón.

DECIMOCUARTA

Vienen las Carnestolendas, alégranse las gentes en diferentes festines y por no más de antojo de muchachos o pasatiempo de hombres ociosos pagan los culos de los perros atándoles a la cola mazas diferentes.

DECIMOQUINTA

Vese el otro pobre condenado toreador de a pie embestido del toro, vuélvese para huir, túrbase o no salen los pies con presteza y por no salir ellos presto desgárrale el toro el pobre culo.

DECIMOSEXTA

Va una vieja a echar una ayuda a un enfermo, ve poco, no la ha templado bien, encájasela dos dedos del culo, y dale entre las nalgas con ella, escáldale el culo que paga el pobre el descuido de la vieja borracha.

ÚLTIMA DESGRACIA

Finalmente, tan desgraciado es el culo que siendo así que todos los miembros del cuerpo se han holgado y huelgan muchas veces, los ojos de la cara gozando de lo hermoso, las narices de los buenos olores, la boca de lo bien sazonado y besando lo que ama, la lengua retozando entre los dientes, deleitándose con el reír, conversar y con ser pródiga y una vez que quiso holgar el pobre culo le quemaron.

*QUEVEDO

*BERNARD PICART

BIG SUR (CAP.11) | *JACK KEROUAC + *RALPH STEADMAN

Como la vida, en realidad — ¡Y cuán diverso y complejo es todo! — “¿Y qué le pasó al viejo George Baso?” — “El viejo George Baso debe estar agonizando de tuberculosis en un hospital en las afueras de Tulare” — “Por Dios, Dave, tenemos que ir a verlo” — “Sí señor, vayamos mañana” — Como siempre Dave no tiene un centavo pero no me importa en lo más mínimo, yo tengo bastante, al día siguiente cambio 500 dólares en cheques de viajero para que Dave y yo la pasemos realmente bien — A Dave le gusta la buena comida y la bebida y a mí también — Pero él está con este joven que trajo de Reno y que se llama Ron Blake, un adolescente atractivo y rubio que aspira a ser un nuevo y sensacional Chet Baker, y camina con ese paso cansado y hípster que era natural hace 5 ó 10 o incluso 25 años pero que ahora en 1960 es una pose, y de hecho lo vi como a un estafador estafando a Dave (aunque no sé para qué) — Pero Dave Wain con su afición a ir de pesca en Willie al río Rigue de Oregon donde conoce una mina abandonada, o a deambular por las rutas del desierto y volver repentinamente a la ciudad para emborracharse, y un poeta magnífico, tiene algo que los adolescentes hip probablemente quieren imitar — Entre otras cosas, es uno de los mejores conversadores del mundo, y gracioso además — Enseguida lo probaré — Estaban él y George Baso y a este último se le ocurrió la verdad increíblemente sencilla de que en Norteamérica todo el mundo andaba por ahí con el culo sucio, pero todo el mundo, porque el antiguo ritual de lavarse con agua después de ir al baño no se le había ocurrido a nadie en toda la antisepsia moderna — Dice Dave: “La gente tiene en Norteamérica todas esas perchas con ropa limpiada en seco en sus viajes, se rocían con Eau de Cologne, se ponen Ban and Aid o lo que sea en los sobacos, se horrorizan al descubrir una manchita en una camisa o en un vestido, probablemente se cambian dos veces al día la ropa interior y las medias, andan de un lado a otro envanecidos e insolentes creyendo que son las personas más aseadas del  mundo y en realidad andan por ahí con el culo sucio — ¿No es asombroso? Me merezco un trago por eso” dice sacándome el vaso, por eso pido otros dos, estuve amarrete, Dave puede pedir todos los tragos que quiera y cuando quiera, “El Presidente de Estados Unidos, los ministros de Estado, los grandes obispos y grandes tipos en todas partes, hasta el menos calificado de los obreros con su orgullo furioso, las estrellas de cine, los ejecutivos y grandes ingenieros y presidentes de sociedades anónimas y agencias de publicidad con sus camisas de seda y sus valijas grandes y muy caras en las que llevan cuando viajan varios de esos cepillos para el pelo importados de Inglaterra y afeitadoras y pomadas y perfumes, ¡todos andan por el mundo con el culo sucio! ¡Y lo único que uno debe hacer es lavarse sencillamente con agua y jabón! ¡No se le ocurrió a nadie en toda Norteamérica! ¡Es una de las cosas más graciosas que escuché! ¿No te parece increíble y maravilloso que nos llamen beatniks sucios y asquerosos cuando somos los únicos que tenemos el culo limpio?” — En efecto, la cuestión del culo se había difundido rápidamente y todas las personas que tanto Dave como yo conocíamos estaban embarcadas en esta gran cruzada cuya causa, debo decirlo, es sin duda justa — De hecho, en Big Sur yo había instalado un estante en el retrete de Monsanto para poner el jabón y todo el que fuera allí tendría que llevar un balde con agua en cada excursión — Monsanto no estaba enterado todavía, “¿Te das cuenta de que hasta que se lo digamos el pobre Lorenzo Monsanto, el famoso escritor, seguirá caminando con el culo sucio?” — “¡Vayamos a decírselo ahora mismo!” — “Porque si esperamos un minuto más… y además, ¿sabes qué le pasa a la gente que anda con el culo sucio? Sienten todo el día la culpa que no pueden comprender, van a trabajar a la mañana muy aseados y al viajar en el tren uno puede oler el perfume del jabón en la ropa y el Eau de Cologne, sin embargo hay algo que los carcome, algo que está mal, ¡saben que algo anda mal y no saben qué es!”.

*JACK KEROUAC

*RALPH STEADMAN

EJERCICIOS DE ESTILO; LÍTOTES | *RAYMOND QUENEAU

Éramos unos cuantos que nos desplazábamos juntos. Un joven, que no tenía aire de muy inteligente, habló unos instantes con un señor que se encontraba a su lado; después, fue a sentarse. Dos horas más tarde, me lo encontré de nuevo; estaba en compañía de un amigo y hablaba de trapos.

*RAYMOND QUENEAU

CITAS CÉLEBRES DE MIERDA

*AUGUSTE RODIN

Mierda eres y en mierda te convertirás.

GÉNESIS 3:19 *trasliterado a «polvo» debido a un error de traducción por deferencia.

Sólo sé que no cagué nada.

EXCRETES

Cagué to, ergo sumidero.

RENÉ DESCAGUES

Si las puertas del esfínter se depuraran, todo se le aparecería al hombre tal cual es: una mierda.

WILLIAM CORN FLAKE

Por muy fuerte que seas, al cagar meas.

CACÁGORAS

La naturaleza no hace nada superfluo, nada inútil, y sabe sacar múltiples hedores de una sola cagada.

NICOLÁS COPRÓRNICO

La humanidad no puede liberarse del estreñimiento más que por medio del supositorio.

MOHONDES GANDHI

No es el aroma de la mierda lo que hace que sea buena o mala, sino cual es la motivación del individuo al llevar a cabo el acto.

IMMANUEL KAKANT

Llegué, ví, y cagué.

ZURULIO CÉSAR

Huelen los pedos, Sancho, señal de que nos cagamos.

MIGUEL DE CERVANTHEZ (apócrifo)

Al mirarla y observar su agradable textura, sintió que la peste se acercaba de nuevo. Esta vez no fue con ímpetu. Fue una ráfaga, como las que hacen vacilar la luz de una vela y extienden su llama con su gigantesca sombra proyectada hasta el techo.

ERNEST HEZMINGWAY

Cago porque, si no, me pudro por dentro.

FEDERICO GARCÍA LORCACA

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de retrete.

JORGE LUIS HECES

La medida del cagar es cagar sin medida.

TAN AGUSTIN

LA PESTE | *ALBERT CAMUS

La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. Ante la reacción del viejo Michel, vio más claro lo que su hallazgo tenía de insólito. La presencia de aquella rata muerta le había parecido únicamente extraña, mientras que para el portero constituía un verdadero escándalo. La posición del portero era categórica: en la casa no había ratas. El doctor tuvo que afirmarle que había una en el descansillo del primer piso, aparentemente muerta: la convicción de Michel quedó intacta. En la casa no había ratas; por lo tanto, alguien tenía que haberla traído de afuera. Así, pues, se trataba de una broma.

Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble, buscando sus llaves antes de subir a su piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto. El doctor lo contempló un momento y subió a su casa. No era en la rata en lo que pensaba. Aquella sangre arrojada le llevaba de nuevo a su preocupación. Su mujer, enferma desde hacía un año, iba a partir al día siguiente para un lugar de montaña. La encontró acostada en su cuarto, como le tenía mandado. Así se preparaba para el esfuerzo del viaje. Le sonrió.

—Me siento muy bien —le dijo.

El doctor miró aquel rostro vuelto hacia él a la luz de la lámpara de cabecera. Para Rieux, esa cara, a pesar de sus treinta años y del sello de la enfermedad, era siempre la de la juventud; a causa, posiblemente, de la sonrisa que disipaba todo el resto.

—Duerme, si puedes —le dijo—. La enfermera vendrá a las once y os llevaré al tren a las doce.

La besó en la frente ligeramente húmeda. La sonrisa le acompañó hasta la puerta.

Al día siguiente, 17 de abril, a las ocho, el portero detuvo al doctor cuando salía, para decirle que algún bromista de mal género había puesto tres ratas muertas en medio del corredor.

Debían haberlas cogido con trampas muy fuertes, porque estaban llenas de sangre. El portero había permanecido largo rato a la puerta, con las ratas colgando por las patas, a la espera de que los culpables se delatasen con alguna burla. Pero no pasó nada.

Rieux, intrigado, se decidió a comenzar sus visitas por los barrios extremos, donde habitaban sus clientes más pobres. Las basuras se recogían por allí tarde y el auto, a lo largo de las calles rectas y polvorientas de aquel barrio, rozaba las latas de detritos dejadas al borde de las aceras. En una calle llegó a contar una docena de ratas tiradas sobre los restos de las legumbres y trapos sucios.

Encontró a su primer enfermo en la cama, en una habitación que daba a la calle y que le servía al mismo tiempo de alcoba y de comedor. Era un viejo español de rostro duro y estragado. Tenía junto a él, sobre la colcha, dos cazuelas llenas de garbanzos. En el momento en que llegaba el doctor, el enfermo, medio incorporado en su lecho, se echaba hacia atrás esforzándose en su respiración pedregosa de viejo asmático. Su mujer trajo una palangana.

—Doctor —dijo, mientras le ponían la inyección—, ¿ha visto usted cómo salen?

—Sí —dijo la mujer—, el vecino ha recogido tres.

—Salen muchas, se las ve en todos los basureros, ¡es el hambre!

Rieux comprobó en seguida que todo el barrio hablaba de las ratas. Cuando terminó sus visitas se volvió a casa.

—Arriba hay un telegrama para usted -le dijo el viejo Michel.

El doctor le preguntó si había visto más ratas.

—¡Ah!, no —dijo el portero—, estoy al acecho y esos cochinos no se atreven.

El telegrama anunciaba a Rieux la llegada de su madre al día siguiente. Venía a ocuparse del hogar mientras durase la ausencia de la enferma. Cuando el doctor entró en su casa, la enfermera había llegado ya. Rieux vio a su mujer levantada, en traje de viaje, con colorete en las mejillas. Le sonrió.

—Está bien —le dijo—, muy bien.

Poco después, en la estación, la instaló en el wagon-lit. Ella se quedó mirando el compartimiento.

—Todo esto es muy caro para nosotros, ¿no?

—Es necesario -dijo Rieux.

—¿Qué historia es esa de las ratas?

—No sé, es cosa muy curiosa. Ya pasará.

Después le dijo muy apresuradamente que tenía que perdonarle por no haberla cuidado más; la había tenido muy abandonada. Ella movía la cabeza como pidiéndole que se callase, pero él añadió:

—Cuando vuelvas todo saldrá mejor. Tenemos que recomenzar.

—Sí -dijo ella, con los ojos brillantes-, recomenzaremos.

Después se volvió para el otro lado y se puso a mirar por el cristal. En el andén las gentes se apresuraban y se atropellaban. El silbido de la locomotora llegó hasta ellos. La llamó por su nombre y, cuando se volvió, vio que tenía la cara cubierta de lágrimas.

—No —le dijo dulcemente.

Bajo las lágrimas, la sonrisa volvió, un poco crispada. Respiró profundamente.

—Vete, todo saldrá bien.

La apretó contra su pecho y, ya en el andén, del otro lado del cristal, no vio más que su sonrisa.

—Por favor —le dijo—, cuídate mucho.

Pero ella ya no podía oírle.

*ALBERT CAMUS