POR ENCIMA NO HAY NADA | SARA G.R.

(Dos mujeres en un espacio vacío excepto por unas cachimbas y unos cojines. Ambas tumbadas sobre ellos. Fuman)

MUJER 1— Fíjate en el humo que arde.

MUJER 2— ¿Qué humo?

MUJER 1— El que aún no ha salido de mi boca.

(La Mujer 1 da una calada y la Mujer 2 se aproxima hacia su boca, intenta abrírsela y mirar dentro)

MUJER 2— Sigo sin ver nada.

MUJER 1— Aparta. No sabes pillar una metáfora, ¿eh?

MUJER 2— Tal vez si no hubieras vendido mi caña de pescar podría pillar alguna, pero claro, lo de siempre…

MUJER 1— ¿Lo de siempre?

MUJER 2— Lo de siempre. Una caca.

(Se santigua)

MUJER 1— …una caca…

MUJER 2— ¡Una caca! (Se santigua) Oye, ¿por qué ahora repites todo lo que digo?

MUJER 1— ¿Que repito todo lo que dices?

MUJER 2— Mira, paso de ti. Deja que me relaje. Necesito paz, tranquilidad, un perfecto y estable estado zen, la elevación del alma por encima de… bueno, de todo.

MUJER 1— De la caca.

MUJER 2— ¿Qué?

MUJER 1— Por encima de la caca.

MUJER 2— (Repentina y extremadamente seria) No hay nada por encima de la caca. (Se santigua)

MUJER 1— Querrás decir que no hay nada POR DEBAJO de la caca.

MUJER 2— Quiero decir lo que digo. Con la caca (Se santigua) no se juega, amiga.

MUJER 1— Eso no te lo discuto, no me apetecería meter la mano ahí.

(La Mujer 2 taladra con la mirada a la Mujer 1. Ésta vuelve a fumar incómoda. Silencio largo)

MUJER 1— Pero… el culo, mismamente.

MUJER 2— ¿Cómo?

MUJER 1— El culo. El culo está por encima de la caca. Sieeempre.

(La Mujer 2 deja la cachimba a un lado y se levanta)

MUJER 2— ¿De verdad vas a hacerme decirlo?

MUJER 1— (Sorprendida) ¿Decir qué?

MUJER 2— Sabes que no deberíamos.

MUJER 1— No sé de qué coño estás hablando, pero si es algo que no debe hacerse, yo siempre estaré a favor de hacerlo. Así que venga, ¿qué? Dilo.

(La Mujer 2 da vueltas por el espacio, inquieta. De repente, frena)

MUJER 2— Se va a enfadar. Mucho.

MUJER 1— ¿Quién?

MUJER 2— (haciendo un gesto hacia arriba) Ya sabes quién.

(La Mujer  1 mira hacia  arriba. Duda)

MUJER 1— ¿Las gaviotas?

MUJER 2— Las gaviotas… joder…

MUJER 1— (Sonriendo) ¡Eh, ¿quién repite ahora lo que digo?! Mola, ¿eh?…

MUJER 2— (Agitada) Mira… voy a decirlo. Pero la responsabilidad será mutua.

MUJER 1— Venga. ¿Quieres que hagamos un pacto? ¿Que nos cortemos un poco las palmas de las manos y mezclemos la sangre o algo así? Ay, rollo “Jóvenes y brujas”… no lo había pensado, pero siempre quise hacer esa mierda.

MUJER 2— ¡No… mentes la mierda en vano!

MUJER 1— ¿Pero qué cojones te pasa a ti con la mierda?

MUJER 2— (Explotando) ¡¡Me pasa que Dios es caca!! ¡¡Mierda, hez, excremento, deposición!!

¡¡UNA GRAN BOÑIGA!!

(Silencio)

MUJER 1— Bueno, a ver, que yo soy atea, pero tampoco hay que ensañarse…

MUJER 2— ¡¿No te acuerdas?! ¡¿En serio?! ¿La aparición? ¿En el callejón?

(La Mujer 1 se queda pensativa)

MUJER 1— Ahh, el callejón…

(Flashback. Las mujeres se ponen abrigos. Caminan)

MUJER 1— No creo que sea por aquí.

MUJER 2— Cada vez huele peor. Según el pergamino tiene que estar aquí mismo.

MUJER 1— ¿Pero de verdad crees que Dios…?

(Una potentísima luz las ilumina frontalmente de repente. Ellas caen de rodillas)

MUJER 2— (Extasiada)  ¡Qué maravi…!

MUJER 1— ¡…mal huele joder!

VOZ EN OFF: SOY DIOS. OS CONCE- DERÉ UN DESEO O UNA RESPUESTA. HABLAD.

MUJER 2— Oh, eh… Caca… Suprema, ¡por favor, ¿cuál es el sentido de la…?!

MUJER 1— (Riendo y tapándose la nariz) ¡Oh, un fumadero de opio o algo que tape este olor, por Dios!

VOZ EN OFF: CONCEDIDO.

(Actualidad. Las mujeres se quitan los abrigos. Se miran)

MUJER 1— Ya me acuerdo.

(Silencio. Caen sobre los cojines de nuevo. Se miran fijamente)

MUJER 1— Pues vaya bajón.

MUJER 2— Vaya bajón, sí…

(Fuman)

SARA G.R.

LA CANTANTE CALVA; ESCENA II | *EUGÈNE IONESCO

Los mismos y MARY.

MARY (entrando)  Yo soy la criada. He pasado una tarde muy agradable. He estado en el cine con un hombre y he visto una película con mujeres. A la sa­lida del cine hemos ido a beber aguar­diente y leche y luego se ha leído el diario.

SRA. SMITH  Espero que haya pa­sado una tarde muy agradable, que haya ido al cine con un hombre y que haya bebido aguardiente y leche.

SMITH  ¡Y el diario!

MARY  La señora y el señor Martin, sus invitados, están en la puerta. Me esperaban. No se atrevían a entrar solos. Debían comer con uste­des esta noche.

SRA. SMITH  ¡Ah, sí! Los esperá­bamos. Y teníamos hambre. Como no los veíamos llegar, comimos sin ellos. No habíamos comido nada durante todo el día. ¡Usted no debía haberse ausentado!

MARY  Fue usted quien me dio el permiso,

SMITH  ¡No lo hizo intencio­nadamente!

MARY (se echa a reír. Luego llora. Sonríe)  Me he comprado un orinal.

SRA. SMITH  Mi querida Mary, ¿quiere abrir la puerta y hacer que entren el señor y la señora Martin, por favor? Nosotros vamos a vestirnos rápidamente.

La señora y el señor SMITH salen por la dere­cha. MARY abre la puerta de la izquierda, por la que entran el señor y la señora MARTIN.

*EUGÈNE IONESCO

LA CANTANTE CALVA; ESCENA I | *EUGÈNE IONESCO

Estreno de ‘La cantatrice chauve’; Once de mayo de mil novecientos cincuenta; Théâtre des Noctambules (París)

PERSONAJES:

Señor y Señora Smith

Señor y Señora Martin

Mary, la sirvienta

El capitán de los bomberos


Interior burgués in­glés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El SEÑOR SMITH, inglés, en su sillón y con sus zapatillas ingle­sas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea inglesa. Tiene anteojos ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la SEÑORA SMITH, ingle­sa, remienda unos calceti­nes ingleses. Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques ingleses.

SRA. SMITH        ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos Smith.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la esquina es de mu­cha mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también me­jor que el aceite del almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina si­gue siendo el mejor.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        Esta vez Mary ha co­cido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando están bien coci­das.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en tanto que yo he to­mado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien come más. No es el apetito lo que te falta.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado sa­lada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también demasiados puerros y no las cebollas suficientes- Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gus­taría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena se parece a mí: es buena mujer de su casa, econó­mica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como nues­tra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta de membrillo y de frijoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesu­rados en la vida.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        La señora Parker co­noce un almacenero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de llegar de Constantinopla. Es un gran especialista en yogur. Posee diploma de la escuela de fabricantes de yogur de Andrinópolis. Mañana iré a comprarle una gran olla de yogur rumano folkló­rico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los alrededores de Londres.

SMITH (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH        El yogur es exce­lente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor Mackenzie-King, que atiende a los niños de nuestros veci­nos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza en él. Nunca re­comienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo operar el hí­gado sin estar enfermo.

SMITH Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de la operación y Parker muriera a consecuencia de ella?

SRA. SMITH        Porque la operación dio buen resultado en el caso del doc­tor y no en el de Parker.

SMITH Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debido dar buen resultado en los dos o los dos habrían debido morir.

SRA. SMITH        ¿Por qué?

SMITH Un médico concien­zudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el barco, en el agua. No le sobrevive.

SRA. SMITH        No se puede com­parar a un enfermo con un barco

SMITH ¿Por qué no? El barco tiene también sus enferme­dades; además tu doctor es tan sano como un barco; también por eso debía perecer al mismo tiempo que el enfermo, como el doctor y su barco.

SRA. SMITH        ¡Ah! ¡No había pen­sado en eso!… Tal vez sea justo… Entonces, ¿cuál es tu conclusión?

SMITH Que todos los docto­res no son más que charlatanes. Y también todos los enfermos. Sólo la marina es honrada en Inglaterra.

SRA. SMITH        Pero no los marinos.

SMITH Naturalmente.

Pausa.

SMITH (sigue leyendo el diario) Hay algo que no comprendo. ¿Por qué en la sección del registro civil del diario dan siempre la edad de las personas muertas y nunca la de los re­cién nacidos? Es absurdo.

SRA. SMITH        ¡Nunca me lo había preguntado!

Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces. Silencio. El re­loj suena tres veces. Silencio. El reloj no suena ninguna vez.

SMITH (siempre absorto en su dia­rio) Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto.

SRA. SMITH        ¡Oh, Dios mío! ¡Po­bre! ¿Cuándo ha muerto?

SMITH ¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro hace año y medio.

SRA. SMITH        Claro está que lo re­cuerdo. Lo recordé enseguida, pero no comprendo por qué te has mostrado tan sorprendido al ver eso en el diario.

SMITH Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte. ¡Lo he recordado por asociación de ideas!

SRA. SMITH        ¡Qué lástimas! Se conservaba tan bien.

SMITH Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No represen­taba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era!

SRA. SMITH        La pobre Bobby.

SMITH Querrás decir «el» pobre Bobby.

SRA. SMITH        No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nom­bre no se les podía distinguir cuando se les veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguri­dad quién era el uno y quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. ¿La cono­ces?

SMITH Sólo la he visto una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.

SRA. SMITH        Yo no la he visto nunca. ¿Es bella?

SMITH Tiene facciones re­gulares, pero no se puede decir que sea bella. Es demasiado grande y dema­siado fuerte. Sus facciones no son regulares, pero se puede decir que es muy bella. Es un poco excesivamente pequeña y delgada y profesora de canto.

El reloj suena cinco veces. Pausa larga.

SRA. SMITH        ¿Y cuándo van a ca­sarse los dos?

SMITH En la primavera próxima lo más tarde.

SRA. SMITH        Sin duda habrá que ir a su casamiento.

SMITH Habrá que hacerles un regalo de boda. Me pregunto cuál.

SRA. SMITH        ¿Por qué no hemos de regalarles una de las siete bandejas de plata que nos regalaron cuando nos casamos y nunca nos han servido para nada?… Es triste para ella haberse quedado viuda tan joven.

SMITH Por suerte no han tenido hijos

SRA. SMITH        ¡Sólo les falta eso! ¡Hijos! ¡Pobre mujer, qué abrís hecho con ellos!

SMITH Es todavía joven. Muy bien puede volver a casare. El luto le sienta bien.

SRA. SMITH        ¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tie­nen un muchacho y una muchacha. ¿Cómo se llaman?

SMITH Bobby y Bobby, como sus padres. El tío Bobby Watson, el viejo Bobby Watson, es rico y quiere al muchacho. Muy bien podría encar­garse de la educación de Bobby.

SRA. SMITH        Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy bien, a su vez, en­cargarse de la educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así la mamá de Bobby Watson, Bobby, po­dría volver a casarse. ¿Tiene a alguien en vista?

SMITH Sí, a un primo de Bobby Watson.

SRA. SMITH        ¿Quién? ¿Bobby Watson?

SMITH ¿De qué Bobby Watson hablas?

SRA. SMITH        De Bobby Watson, el hijo del viejo Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el muerto.

SMITH No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía de Bobby Watson, el muerto.

SRA. SMITH        ¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?

SMITH Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.

SRA. SMITH        ¡Qué oficio duro! Sin embargo, se hacen buenos negocios.

SMITH Sí, cuando no hay competencia.

SRA. SMITH        ¿Y cuándo no hay competencia?

SMITH Los martes, jueves y martes.

SRA. SMITH        ¿Tres días por se­mana? ¿Y qué hace Bobby Watson du­rante ese tiempo?

SRA. SMITH        ¿Pero por qué no trabaja durante esos tres días si no hay competencia?

SMITH Descansa, duerme.

SMITH No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntas idiotas!

SRA. SMITH (ofendida) ¿Dices eso para humillarme?

SMITH (sonriente) Sabes muy bien que no.

SRA. SMITH        ¡Todos los hombres son iguales! Os quedáis ahí durante todo el día, con el cigarrillo en la boca, o bien armáis un escándalo y ponéis morros cincuenta veces al día, si no os dedicáis a beber sin interrupción.

SMITH ¿Pero qué dirías si vieses a los hombres hacer como las mujeres, fumar durante todo el día, empolvarse, ponerse rouge en los la­bios, beber whisky?

SRA. SMITH        Yo me río de todo eso. Pero si lo dices para molestarme, entonces… ¡Sabes bien que no me gus­tan las bromas de esa clase!

Arroja muy lejos los calcetines y muestra los dientes. Se levanta.

SMITH (se levanta también y se acerca a su esposa, tiernamente) ¡Oh, mi pollita asada! ¿Por qué escupes fuego? Sabes muy bien que lo digo por reír. (La toma por la cintura y la abraza) ¡Qué ridícula pareja de vie­jos enamorados formamos! Ven, vamos a apaciguarnos y acostarnos.

*EUGÈNE IONESCO