TINTADAS II

Metí el dedo en mi globo de chicle y salió un árbol.

Era marrón como el jengibre y con patas de gallo que habían cantado ya muchos amaneceres.

Era raro, nunca había visto un junco marrón pero bueno, hoy en día las bombas existen y nadie se extraña.

La caja de pandora ahora era la goma de mascar, que dice que allá donde estemos, debemos mecernos con el viento.

Que las ciudades, a veces parecen más bonitas cuando te vas a ir de ellas, que a las decisiones las puede vencer el azar y que, si algo arde, nuestras manos han de ser las cerillas.

TINTADAS

LAS CANÍCULAS | NOELIA C. BUENO + *SALVADOR DALÍ

SALVADOR DALÍ

Un trozo de sandía en el suelo había desaparecido bajo una horda de hormigas. A esa hora de la tarde el suelo de la terraza le abrasaba los pies. El calor se le pegaba a los leggings y al pelo, y hacía más intenso el olor que procedía del desagüe. El zumbido de un moscardón se mezcló con el chi­rrido de las poleas. Sólo un par de ho­ras antes su madre había tendido la última colada, pero la ropa ya había empezado a acartonarse. Se limpió el sudor de la frente con la camiseta y se quedó un momento observando su re­flejo en el cristal de la puerta. Era cierto, ella también podía ver los cam­bios. Pero no había caído hasta enton­ces en que eran la causa de que él la hubiese empezado a mirar de otro modo.

Aún no sabía muy bien por qué, pero estaba segura de que algo la ha­bía incomodado esta vez especial­mente. No creía que hubiese sido la manera de acudir a ella. No había sido imperativo. No era propio de él. Había procurado siempre cuidar las formas para no asustarla. Una insistencia  me­dida resultaba más eficaz que una or­den. En cierto modo, la muchacha ha­bía sido su mascota, por lo que estaba acostumbrada a ceder y consentir sus extravagantes caprichos aunque inge­nuamente creyese que tomaba con to­tal libertad la decisión de participar o no en el juego. Quizá, debido a que am­bos desempeñaban eficazmente su pa­pel en la relación, no solía haber muchas peleas en casa. «¡Uña y carne! Se han criado sin envidias el uno del otro». No. Debía de ser otro el motivo. Posiblemente la falta de costumbre ha­bía enrarecido el ambiente. Desde la última vez había pasado demasiado tiempo y a decir verdad, una parte de ella deseaba enterrar el recuerdo en su memoria. Creía que sin necesidad de verbalizarlo, ambos habían acordado no volver a sacar el tema.

Mientras él se recreaba en el mo­vimiento pidiéndole en un susurro que tuviese paciencia, ella se había que­dado mirando con expresión cansina el cascado juego de porcelana del chi­nero. Un suave hormigueo en las meji­llas, seguido de un calor repentino, la hizo apartarle la mano con violencia y saltar de inmediato de sus piernas. Fue como si la mezcla de asco y humi­llación tan solo por haberse permitido sentirlo, hubiese llegado a alcanzar una temperatura insoportable en una fracción de segundo. Un calor que ha­bía conseguido crisparle los nervios hasta el punto de enfurecerla. El mismo calor que se acumulaba en las baldosas de la terraza y que en ese mo­mento, mientras trataba de conte­nerse, la seguía quemando desde las plantas de los pies hasta la coronilla.

NOELIA C. BUENO

TINTADAS

La lechuga viva secó sus hojas y la cocina se veía más triste. La ola de calor que nos había dejado dormidos (un poco más) desató en una tormenta eléctrica que nunca había deseado tanto. Con este panorama y Jorge Drexler de banda sonora, tampoco se le puede pedir un sábado al domingo.

Cambiando la maceta me detuve a mirarme en el cristal, ya casi no me requería de esfuerzo observarme un rato de vez en cuando.

Parecía una revista de photoshop y vidas surrealistas. Me sonreí con mis labios rojos que reflejaban mi falda de cuero. Botas altas y camiseta que dejaba ver todo lo que yo quería. Eso para cambiar la maceta… en casa… y ¿por qué no?

Llevaba días sangrando y a veces, me gusta verme guapa solo para mí.

“Es más mío lo que sueño que lo que toco, yo no soy de aquí…” parecía que Jorge me hubiera dedicado una canción.

Espero que la lechuga sobreviva, una mujer sabia es aquella que sabe cuidar las plantas. La que tiene dinero. Libertad. La que no se odia. La que no se arrepiente. La que se quiere. Fuerza.

Para lo que da el primer café del día; ahora mismo podría ir corriendo a recorrer el mundo tanto como no salir de la cama en dos semanas.

“de todos lados un poco…”

Con dos libros, tomate y pan llegaba a cualquier sitio. Ahora pienso si llevarme el spray pimienta o el taser.

Cuando aún estudiaba para demostrarlo en un papel y conocí a Tesla, jugaba a apagar con mi mente las farolas de las calles. Ahora, cuando camino sola y el sol ya no está, sólo pido que la farola no se apague hasta que yo llegue a la siguiente.

Me cambio al chándal, es más cómodo. En casa y en las miradas de las calles cuando las casas parecen estar vacías, cuando sabes que tus gritos sólo se quedarían haciendo eco.

Igual es pensar demasiado cuando aún ni terminé el café. Aquí sigo yo, justificando el escalofrío que aún siento de la noche de ayer. De ella o mío. De todas.

TINTADAS

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