ESTATUAS | THOSLEAF

 

Estos días grises, al llegar a casa, mientras manipulo el coche para aparcar, suelo tener la cabeza en oscuras ideas y dejarla vagar; hasta tal punto me llega el ensimismamiento estacionando que, en ocasiones, me he pillado absorto, con el coche aún encendido, mirando como bobo el velocímetro, o la rueda del aire, o una mierda de pájaro en el cristal…

Precisamente una de esas veces que observaba atónito un cagarruto en el vidrio, volví a la realidad para cruzar mi mirada con un visitante que no esperaba encontrar, a tales horas de la noche, disfrutando de un paseo por el reciente y aún sin estrenar parador nacional que han puesto en el pueblo donde vivo… Ese visitante me observaba con la misma intensidad que, segundos antes, yo aplicaba a las defecaciones de ave, y en un primer momento, su rígidez y apariencia me dejó lívido… Se trataba, como luego pude apreciar mejor al bajarme del coche y acercarme un poco a la fachada del edificio, de una figura blanquecina situada en pose contemplativa de cara a la ventana y mirando hacia la parte de abajo de la calle; como digo, observando con exquisito interés la nada de la calle a las 2 de la madrugada, gratamente sorprendido aunque un poco avergonzado por el absurdo susto que me había llevado, me acerqué para ver un poco mejor, y ello me permitió observar, más adentro en el parador, un mayor número de individuos, todos ellos en poses que parecían haberlos inmovilizado, en momentos de tranquilidad y relajación mental; transmiten serenidad y paciencia, la paciencia de la roca, aunque, justo al marcharme, me pareció ver, por el rabillo del ojo, cierto aire que traicionaba esa calma, cierto movimiento, un deje en la pose que presentaban, que me decía algo más que toda la expresión de las inmóviles figuras; mientras caminaba pesadamente hacia las interminables escaleras de mi portal, se me ocurria repentinamente que no estaban nada mal, mis nuevos vecinos; seguramente no harán ruído por las noches, no se quejarán del ruido que hago ni mancharán el portal, seguramente no hagan nada de eso porque son estatuas de piedra, pero sabeis una cosa, será un consuelo saber que, en invierno, mi calle no será ya una calle tan solitaria, podré bajar a la calle y mantener silenciosa conversación con mis nuevos vecinos.

Una vez en casa, más tranquilo sobre el sillón, comencé a darle vueltas a esa otra sensación que me había parecido percibir, observando las esculturas; esa oscura sensación, más fuerte que la de calma, que las estatuas transmitían, ahora lo sé, era el miedo, era la reticencia, el reparo que sentían al saber que, en muy breve tiempo, la temporada alta de caza de turistas comienza en la zona, y esa calma que las estatuas han disfrutado estos largos nueve meses se verá total y absolutamente trastocada; dentro de poco, lo vacuo dejará paso a lo lleno, a lo pleno; muy pronto, en esta solitaria calle del pueblo, en que por las noches uno aparca prácticamente en la puerta de casa, se verá invadida por vehículos y gente ruidosa que violentarán, ahora ineludiblemente, la tan aprecida calma que esas estatuas han disfrutado estos tiempos; queridos vecinos míos, se acerca el verano…

THOSLEAF

FOTO:THOSLEAF

DI LLUVIA | PABLO P. LAVILLA

Salté desde el cristal de mi retina y observé la tormenta desde las cicatrices de mis manos. Mi boca exhalaba silencio, mis ojos pedían descanso. Pero el hambre no se había calmado. Recorrí mis caderas por caminos de tierra y a nado crucé ríos de barro. Acabé en el refugio de mi pie izquierdo y encontré calor en la buhardilla. Allí, escondido al fondo a la izquierda, había algo que sobresalía por su pulcredad entre tanta pared desaseada.

Me acerqué con la curiosidad del que olvidó todo lo que algún día supo y me topé con un baúl limpio, pero no brillante. Lo abrí con más facilidad de lo que pensaba y allí, en su interior, se encontraban juntos y revueltos todos aquellos sueños que nunca soñé mostrándome en sus vísceras la sonrisa que me viste desde que puedo meterme debajo de la lluvia sin preocuparme por mojarme.

Los senderos que dejamos en el cajón forman parte de nuestro sino; conforman nuestra historia jamás difundida y miramos alrededor buscando agarrarnos al aire que más fuerte nos lleve. Al fin y al cabo, esto es así. Te tiras de frente y sin pensarlo al ojo del huracán y luchas hasta que vuelves cabalgando los vientos a tu favor. Y cumpliendo cuando toca arremangarse el corazón. No hacemos más ni tampoco menos.

De regreso a mis pupilas, lancé mi vista viciosa al techo y me topé con una voz que es la mía llamándome la atención por caminar en horizontal. Clavé mis deseos en el suelo y escalé por ellos hasta ver todo lo que soy reflejado sobre todo aquello que no quise ser. Cuánto de palacio hubo siempre en las ruinas. Aprendí a base de reconstrucciones hipotéticas de vidas no deshechas.

Me recosté entre el lóbulo parietal y el frontal y en aquella bella frontera llena de humo y espuma, con la mirada perdida en el techo del cráneo, me di cuenta de que ya poseo casi todo lo que deseé en algún momento. Lo único que me faltaba era bailar nubes. Sonreí. Fin del viaje.

PABLO P. LAVILLA

FOTO:ESPUTOVERDE*ROMA

CIUDAD SIN SUEÑO | FEDERICO GARCÍA LORCA

*NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.

Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan

y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas

al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Hay un muerto en el cementerio más lejano

que se queja tres años

porque tiene un paisaje seco en la rodilla;

y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto

que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

 

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!

Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda

o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.

Pero no hay olvido, ni sueño:

carne viva. Los besos atan las bocas

en una maraña de venas recientes

y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso

y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

 

Un día

los caballos vivirán en las tabernas

y las hormigas furiosas

atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

 

Otro día

veremos la resurrección de las mariposas disecadas

y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos

veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!

A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,

a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente

o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,

hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,

donde espera la dentadura del oso,

donde espera la mano momificada del niño

y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

 

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Pero si alguien cierra los ojos,

¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

 

Haya un panorama de ojos abiertos

y amargas llagas encendidas.

 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

Ya lo he dicho.

No duerme nadie.

Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,

abrid los escotillones para que vea bajo la luna

las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

FEDERICO GARCÍA LORCA

FOTO:ESPUTOVERDE*NAPOLI

LA REVOLUCIÓN DE LOS BABIECAS | GEMA FERNÁNDEZ

A ver,
repite conmigo
la palabra mágica,
memorízala,
intégrala en tu esquema
de valores,
inspírala fuerte
hasta que te convenzas
a ti mismo
de que otra realidad
es posible

«patafísica, patafísica,
patafísica….»

reneguemos de los generalismos,
defendamos la particularidad
de nuestro absurdo,
que cada carcajada vertida
en el silencio
sea firme sustancia
de un gran conocimiento
alternativo,

ejercitemos la provocación,
la transgresión del orden
natural de las cosas,
deroguemos la ley
de la academia,
las metodologías herrumbrosas,
la intelectualidad obturadora
del loco devenir
de un nuevo aprendizaje,

«patafísica,patafísica,
patafísica…»

Repítelo  conmigo,
así, muy bien,
como un «abracadabra»,

defendamos la ciencia
de la excepción,
la solución imaginaria,
la ironía,
seamos adalides bufonescos
agitando la curiosidad
como estandarte,
la inutilidad como proclama,
la desubicación exacta
y programática
como fórmula cuántica
para encontrarnos
siempre
en los lugares más
inesperados

«patafísica, patafísica,
patafísica…»

Lo estás repitendo, ¿verdad?
Es importante.

Reconozcamos lo insólito,
lo imposible, lo impensable,
la kippelización del utilitarismo,
seamos ficción frente
a la realidad de la fricción,
suplantemos de una vez
la opresión de la lógica
por la cosmovisión
de la poética,
la lateralidad
por la creatividad,
la exactitud gráfica
del lenguaje
por una símbología
particular y única,

nuestra,

abracemos el disparate,
la rareza,
creámonos tan inservibles
que acabemos justificando
nuestra bella y obtusa
incompetencia
dentro de un mundo hermético
regido por la norma.

¿Lo has entendido ya?
¿Lo has interiorizado?

Es hora de ganarnos
las quimeras,
despertar del letargo,
erigirnos como bellos
babiecas patafísicos
y volvernos muy locos

pero muy, muy ,muy
locos,

desatados

Es importante

¿Me estás entendiendo?

En caso afirmativo
da una patada al aire
y llena los bolsillos
con nubes de colores

antes que la cordura
acabe por completo
con lo que aún nos queda

de humanidad.

GEMA FERNÁNDEZ

FOTO:ESPUTOVERDE*NAPOLI

LA RELACIÓN CON LAS COSAS | MARK ÁVILA

 

no eres yo

 

No somos lo mismo

 

Es la permanencia efímera

de los instantes

que compartimos

 

Ya

tengo

todo

lo que soy

 

Nada me altera

 

Mis manos claras

se desdoblan en la infinitud

de lo que vibra

 

No hay lógica

en el látigo que nos ata

Porque

ya somos todo

 

Es apego

no libertad

es ego

no la verdad

 

es materia

 

queriéndose hacer hueco

donde no debe vivir

 

Dejar ir

 

Y el peso se desvanece

 

Te lo voy a repetir

no eres yo

 

Solo eres un traje

 

Solo eres un coche

un piso

el empleo que circunda mi libertad

todo el dinero

que he ganado en la vida

a costa de vida

el teléfono

en el que casi gasté

mi último sueldo

la biblioteca del cuarto

donde vive mi conocimiento

el collar

que me regalo mi madre

 

A tí

te digo:

 

No eres yo

 

Yo

ya

soy todo

MARK ÁVILA