En el generalmente poco concurrido templo de sabiduría que conocemos como El Bar, El Profesor Gladiolo está terminando de leer un libro.
Cuando acaba mira su reloj. Es una hora demasiado prudente como para retirarse a su guarida, así que decide pedir una última cerveza para hablar con Sensei Juan, es habitual que los lunes se queden conversando más tiempo que el razonable con otro cliente de la línea dura. Hoy no está, pero hay un hombre misterioso al que Gladiolo no había visto nunca.
Se trata de un viejo amigo del maestro al que hace diez años que no ve. Un hombre afable, familiar, buen conversador, rapado como un Hare Krishna.
Iba Gladiolo por su octava jarra de cerveza cuando el Hare Krishna se ofrece a invitarles a la última extramuros. El maestro cierra su Templo y caminan hasta llegar a un antro obscuro.
Se trata de un lupanar casi infecto cuyo único atractivo para un esteta como Gladiolo es su aire decadente y depravado, como el del Derbi de Kentucky. Piden una copa y las meretrices empiezan a pulular. Gladiolo, bastante borracho, se divierte, observa la decoración ochentera y ajada, y se dice que el lugar le puede inspirar un relato.
El Hare Krishna pretende invitar al Maestro a una felación y abona el importe a una de las fulanas que rondan, pero Sensei declina la oferta y la trabajadora, incansable, comienza a palpar el miembro de Gladiolo. “Ven tú, ya está pagado” le dice. “Venga, ve” recomienda el Hare Krishna. “No, gracias”, trata de negarse el goliardo antes de terminar cediendo a la curiosidad y al vicio.
Sentado en las ruinas de un sofá intenta encontrarle algún atractivo a la ramera que hurga entre sus piernas. Observa sus generosos pechos, sus labios palpitantes, sus carnes morenas. No lo consigue. El trato funcionarial de la afanosa prostituta no inspira su refinado y romántico gusto. Tampoco tiene éxito al buscar la libido en los arcanos de su memoria. Después de pensárselo durante un buen rato, el exquisito goliardo, decide terminar con la farsa y volver a por su copa.
Comunica lo infructuoso y no muy placentero de la operación al maestro y al Hare Krishna, quien se despide divertido por los hechos, pero temeroso de las ulteriores reprimendas conyugales. Cuando se ha ido, Gladiolo se interesa por los motivos que han llevado al maestro a declinar la oferta de su amigo.
“No soy muy aficionado al género si hay desembolso de por medio, pero hoy es por algo más, hoy no tengo el ánimo… no consigo olvidar la muerte de Bigote”.
Gladiolo le mira y comprende su hasta ahora disimulada aflicción. Apoya la mano en su hombro y pide otra ronda y después otra, y beben indiferentes al pasear de las hetairas. Hablan de Bigote y de las ganas que tenía de vivir, de cómo sabía disfrutar de cada instante, y de su risa alegre, contagiosa, que brincaba bajo su mostacho mientras ardían sus ojos.
Después de despedirse de Sensei, en el amanecer de aquel martes, mientras camina ebrio y triste hacia su hogar, Gladiolo piensa que la puta era una pulsión de vida y que su sentida conversación con Sensei era una pulsión de muerte, y que había optado por esta última y que Tánatos había vencido a Eros. Luego comprende que no, que aquella felación desapasionada era Tánatos y que Eros era haber hablado con Juan sobre Bigote y su hambre por la vida.
SANTIAGO M. MARMORDO
*extracto de Viaje lúdico al abismo