A UN TENDAL | PEPE MONTESERÍN

Las sábanas ocupaban
la cuerda más distante del sol
y se proyectaban en ellas sombras menores,
que goteaban delante en catenarias paralelas.

Aquella ropa, que abrigaba
los sueños de una mujer y excitaba los ajenos,
blusas caraguatá, pingos de filipichín,
párvulos triángulos de seda e hipotenusa carmesí,
sufrieron una noche acoso y frenesí.

Obligada a defender
su clave de sol, presta intercaló
en el pentagrama un do bemol y un mi,
o sea, un calzón de pana y un tahalí.
Fue bastante para que pasaran años
sin que la pantalla de lino reflejase
viñetas ajenas al paso del tiempo y al acoso violento;
hasta que un siroco enredó
el chamelotón con la caniquí
y la parrilla dio en airear ropa infantil.

A la sazón, el pañal ocupó el tendal;
pito pito gorgorito, lo puso en danza y,
ajó ajó, lo sanseacabó.
Los hijos nos hacen viejos.

Hoy, un pañuelo desteñido, cuando hay ventolera,
dice adiós prendido en dedos de madera.

PEPE MONTESERÍN