Hacia la mitad de la jornada y a mediodía, me encontré y subí en la plataforma y terraza trasera de un autobús y vehículo de transporte en común abarrotado y casi completo de la línea S y que va de la Contrescarpe a Champerret. Vi y observé a un hombre joven y viejo adolescente, bastante ridículo y no poco grotesco, cuello delgado y gaznate descarnado, cordón y trencilla alrededor del sombrero y gorro. Después de un atropello y confusión, dice y profiere con una voz y tono lacrimosos y llorones que su vecino y coviajero le empuja y le importuna adrede y aposta cada vez que alguien baja y sale. Dicho esto y tras abrir la boca, se precipita y se dirige hacia un sitio y un asiento vacíos y libres.
Dos horas después y ciento veinte minutos más tarde, lo encuentro y vuelvo a verlo en la plaza de Roma y delante de la estación de Saint-Lazare. Está y se encunetra con un amigo y compañero que le aconseja y le incita a que se haga añadir y coser un botón y un círculo de hueso en su abrigo y gabán.
*RAYMOND QUENEAU