EJERCICIOS DE ESTILO; POR PARTIDA DOBLE | *RAYMOND QUENEAU

Hacia la mitad de la jornada y a mediodía, me encontré y subí en la pla­taforma y terraza trasera de un auto­bús y vehículo de transporte en común abarrotado y casi completo de la línea S y que va de la Contrescarpe a Champerret. Vi y observé a un hombre joven y viejo adolescente, bastante ri­dículo y no poco grotesco, cuello delgado y gaznate descarnado, cordón y trencilla alrededor del sombrero y gorro. Después de un atropello y con­fusión, dice y profiere con una voz y tono lacrimosos y llorones que su ve­cino y coviajero le empuja y le impor­tuna adrede y aposta cada vez que alguien baja y sale. Dicho esto y tras abrir la boca, se precipita y se dirige hacia un sitio y un asiento vacíos y libres.

Dos horas después y ciento veinte minutos más tarde, lo encuen­tro y vuelvo a verlo en la plaza de Roma y delante de la estación de Saint-Lazare. Está y se encunetra con un amigo y compañero que le aconseja y le incita a que se haga añadir y coser un botón y un círculo de hueso en su abrigo y gabán.

*RAYMOND QUENEAU

STORY OF AN ARTIST | *DANIEL JOHNSTON

Listen up and I’ll tell a story

About an artist growing old

Some would try for fame and glory

Others aren’t so bold

 

Everyone, and friends and family

Saying, «Hey! Get a job!»

«Why do you only do that only?

Why are you so odd?

We don’t really like what you do.

We don’t think anyone ever will.

It’s a problem that you have,

And this problem’s made you ill.»

 

Listen up and I’ll tell a story

About an artist growing old

Some would try for fame and glory

Others aren’t so bold

 

The artist walks alone

Someone says behind his back,

«He’s got his gall to call himself that!

He doesn’t even know where he’s at!»

The artist walks among the flowers

Appreciating the sun

He does this all his waking hours

But is it really so wrong?

 

They sit in front of their TV

Saying, «Hey! This is fun!»

And they laugh at the artist

Saying, «He doesn’t know how to have fun.»

 

The best things in life are truly free

Singing birds and laughing bees

«You’ve got me wrong», says he.

«The sun don’t shine in your TV»

 

Listen up and I’ll tell a story

About an artist growing old

Some would try for fame and glory

Others aren’t so bold

 

Everyone, and friends and family

Saying, «Hey! Get a job!»

«Why do you only do that only?

Why are you so odd?

We don’t really like what you do.

We don’t think anyone ever will.

It’s a problem that you have,

And this problem’s made you ill.»

 

Listen up and I’ll tell a story

About an artist growing old.

Some would try for fame and glory

Others just like to watch the world

*DANIEL JOHNSTON

REDRUM | ESTEBAN REY

Tengo un amigo que vive en mi boca. Me dice: «¡Redrum, redrum!», y eso me asusta. Cada día me inte­rrumpe cuando trato de concentrarme en cualquier otra cosa, y por las no­ches dice: «¡Redrum, redrum!», y así tampoco puedo dormir. Hace meses que intento terminar mi novela, pero cuando consigo un poco de silencio y me llega algo de inspiración, susurra: «¡Redrum, redrum!», y con mi mano tacha los párrafos que tanto me costó escribir. Después me convence de que no eran buenas líneas, que mañana saldrá algo mejor, y añade: «¡Redrum, redrum!», y me olvido de lo desgra­ciado que soy. Luego, en el trabajo: «¡Redrum, redrum!», y siento ganas de incrustarle la grapadora a mi jefe entre los dientes. Haciendo la colada: «¡Redrum, redrum!», y me apetece lle­narle a ese otro tipo el gaznate con detergente. En el bar: «¡Redrum, redrum!», y me sorprendo pensando en a cuántos podré cargarme con una botella rota antes de que consigan detenerme. Frente al espejo busco en mi mirada quizá un viso de la suya, y entonces dice: «¡Redrum, redrum!», y no sé dónde esconderme. En el desa­yuno: «¡Redrum!», y el café me quema en las encías. En la ducha: «¡Redrum, redrum!», e imagino cuánto champú habré de beberme para que se calle uno de estos días. Cogí el coche y me largué, más allá de las afueras, a un hotel en las montañas. Alquilé la doscientos treinta y siete y, sin más, me tumbé en la cama. «¡Redrum, redrum, redrum!», me dije esta vez, a mí mismo, y hundí mi rostro contra la almohada.

ESTEBAN REY

REDRUM | JACOBO TORRANZA

Sucedió tal que así: Necesitaba unas vacaciones y un amigo (más bien un contacto) me recomendó el hotel Overlook, en medio de las montañosas rocas de Colorado. En recepción me ofrecieron muy amablemente la habi­tación doscientos treinta y pico, y un botones con cremallera cargó mi equi­paje hasta la puerta. De propina le solté treinta monedas de plata con la facha de un monarca muerto y la cruz gamada en el envés. El cuarto era aco­gedor y decadente a tercios iguales, pero carecía de ventanas. También descubrí que el minibar estaba del todo vacío, aunque por lo menos la mo­queta estaba chula. Saqué mi vieja Adler semiautomática de su estuche y la deposité en el escritorio, junto al ce­nicero. Traté de escribir algo, pero me ofusqué pronto debido a mi ya crónico bloqueo de escritor, o tal vez por esta fiebre de las cabañas que pillé el in­vierno pasado, y decidí salir a darme una vuelta para despejar. Agarré mi triciclo portátil sin sidecar y enfilé por los pasillos del hotel con mi habitual pedaleo suspensivo y meditabundo. Doblé la primera esquina y me encon­tré con más pasillo. Después a la derecha, y lo mismo, Derecha-izquierda-izquierda, de nuevo todo recto, más tarde a la izquierda-izquierda-derecha-derecha-derecha, y más pasillo otra vez. Al siguiente giro dos gemelas idénticas o quizá dos me­llizas (nunca supe la diferencia) me sa­ludaron al unísono y yo, del susto, di media vuelta y volví por donde había venido. Derecha-derecha-recto-derecha y, para cuando quise darme cuenta, estaba en medio de una orgía de peluches y un oso amoroso fumaba calumet sobre el regazo de Don Pimpón mientras Tinky Winky le practicaba un masaje con final de tragedia griega. Traté de gritar horrorizado, pero de mi garganta no salió alarido alguno y se me quedó cara de bobo ojiplástico, así que hui despavorido, dejando atrás mi triciclo, mientras en el otro rincón un Paco Pico confuso trataba de sodomi­zar a una lámpara. Corrí más pasillo, izquierda-izquierda-derecha-recto, y me topé con un viejales calvorota con la cabeza partida por la mitad que es­peraba junto al ascensor. Apretó el bo­tón y me dijo: «¿Sube ud.?», y entonces las puertas se abrieron y del interior emergió un torrente sanguinolento que me dejó los pantalones hechos un asco. Media vuelta y derecha-recto-izquierda-izquierda. Más pasillo. Derecha-izquierda-derecha y ya, por fin, llegué al salón dorado. «¡Lloyd!», le grité al camarero desde el umbral, «¡Burbón en vena, con nada de hielo!». El camarero se sonrió y volcó una bo­tella vacía en el vaso de cristal. «¿Y esta broma?», musité entonces, y me des­perté de súbito en mi habitación, la doscientos treinta y pico, sentado frente a mi máquina Adler con un montón de galimatías escritos. Me le­vanté, confundido, y fui al lavabo para darme una ducha y arrancarme las le­gañas, pero me encontré con una vieja decrépita y mohosa en la bañadera que se partía de la risa mientras me ense­ñaba unos sobacos desnudos y feísi­mos. «¡Redrum!» dijo entonces Tony, el amigo que vive en mi boca. Y yo en plan: «¿Cómo, cómo?». Y el otro siguió: «¡Redrum, redrum, redrum, redrum, redrum, redrum…!». Y ya no sé qué más pasó, ni qué hago aquí, ni quién demonios me amarró las mangas de la camisa a la espalda.

JACOBO TORRANZA

REDRUM | UN QUÍDAM EN TRICICLO POR LA MOQUETA

Nada más entrar en el hotel te encuentras un cartel con unas letras grandes que pone: «Prohibido correr por los pasillos». Por esa misma razón los huéspedes que llevan prisa utilizan el triciclo portátil como principal medio de locomoción. Otra cosa muy distinta es orientarse por el laberíntico entra­mado del mismo hotel, y es que circu­lar en un zigzag básico le puede llevar a uno al propio punto de partida, mientras que avanzar en competente línea recta asegura el estamparse de morros contra la pared del fondo sin remedio. A este efecto se le conoce como “Paradoja del entredédalo”, y desemboca en una patente incapaci­dad para llegar a donde se pretende de una sola pieza y sin hallar obstáculos ni vicisitudes durante el tránsito. Veamos un ejemplo: Alguien intenta llegar del punto A al punto B en un tiempo determinado, digamos un rato estándar, y sin pasar por delante de la habitación doscientos treinta y pico porque el bedel, que de esto entiende, recomienda que uno ni se acerque; pues bien, el sujeto en cuestión practi­cará un recorrido a la deriva (véase joroschó #0) en el que ejecutará giros al azar y movimientos brownoideos so­bre una moqueta estrafalaria que lo llevarán sin remedio a toparse con algo no contemplado en el itinerario pre­visto, ya sea una pareja de mellizas muertas a machetazos que le invitan a uno a jugar, una infame bacanal de personas disfrazadas de alimañas, o cualquier otra incidencia terrorífica y desagradable que haga que olvidemos la intención primera de llegar al punto B y queramos, en cambio, volver a nuestro cuarto a llorar abrazados a la almohada, no sin antes pasar, por su­puesto, por la mismísima habitación doscientos treinta y pico que, de todas formas, estará bien cerrada con llave para alimentar la curiosidad, que se torna mórbida, y dejarla insatisfecha por necesidad. Esta situación hipote­núsica se puede extrapolar a multitud de escenarios y contextos, incluso a casi todas las situaciones a las que nos enfrentamos en el día-noche-día-noche de cada vida, lo que viene siendo el samsara cotidiano que nos mata de risa, y deriva, matemáticamente ha­blando, en lo que humildemente deno­minamos como «redrum»; término que podríamos traducir como la categórica necesidad de matar, mutilar, o al me­nos, herir de gravedad, a cuanto se nos ponga por delante en nuestro afán de alcanzar ese codiciado punto B, a veces llamado meta, que, por descon­tado, jamás alcanzaremos.

UN QUÍDAM EN TRICICLO POR LA MOQUETA