Venció al feroz dragón legendario, pero no pudo aguantar el olor de años de mierda de princesa encerrada en una torre.
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Subió al campanario y empezó a gritar. La gente creyó que se iba a tirar, pero solamente quería cagarse en to lo alto.
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El silencio se rompió con un peo. El equipo de asalto disparó a matar. No sabía que cabían tantas balas en un Cocolín.
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La quietud reinaba en la solitaria estancia. El silencio era tan denso como un peo mochilero de domingo por la mañana.
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Ahí estaba su princesa, reluciente y bella. Y así la miraba él por la ventana del baño en lo que terminaba de cagar.
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Alguna vez creyó que eran mariposas aleteando de amor en su estómago, ahora estaba seguro de que se avecinaba diarrea.
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«Me quiere, no me quiere…» repetía casi autista, hasta que la caída del zurullo le sorprendió mojando sus nalgas.
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Una lágrima caía furtiva por la avenida de sus mejillas, rogaba a Dios, no quedaba papel y su culo seguía sucio.
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Metieron al enterrador de mi pueblo en la cárcel, por lo visto se cagó en todos sus muertos.
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La situación era crítica, MacGyver debía inventar algo o la tragedia sucedería. Y sucedió, se cagó atado a la silla.
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Era un ciclista inteligente, los demás tenían que parar para cagar, él competía sin sillín y llenaba la barra.
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Llevaba 42 años sin defecar y su organismo aprovechaba aquello, ahora era un gordo de mierda, con todas las letras.
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Santa Claus echó un regalito por la chimenea, en aquella casa no vivía ningún niño, pero no iba a cagarse en el trineo.
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Se dio cuenta de que se había comido el tupper equivocado cuando el médico llamó para decir que no analizaría un puré.
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Contrajo todos sus músculos, apretó los puños, empujó cuanto pudo, maldijo entre dientes, odiaba ser estreñido.
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Podía tocar cualquier melodía con sólo oírla una vez, a cualquier tempo, pero lo increíble era que lo hacía peyéndose.
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Y colorín colorado, el cuentacuentos se ha cagado.
MIGUELO GUARDIOLA