LAS AVENTURAS DE PANOCCHIO; PRELUDIO | LORENZO CARLINI

1973. En algún lugar del espacio aéreo del condado de San Luis, Misuri, un piloto agrícola llamado Frank engulle un pastelillo de crema de maní a mil pies sobre los campos de maíz híbrido. En su contrato, se establece explícitamente que realiza labores de fumigación de lo más rutinarias, y eso es lo que Frank dice a sus compinches de La Gamba Roja, en Creve Coeur, cuando se beben unas pintas: que simple, sencilla y llanamente, fumiga. Pero lo que Frank ignora es que, entre la pluritura de substancias y productos que él mismo reparte en diásporas por los campos de Misuri con su M18 Dromader de fabricación polaca, se encuentra oculto un curioso componente; un extraño medicamento sintetizado en un laboratorio secreto, quizá también de Polonia, del que no sabemos más nada. Al margen de todo esto, en su fuero interno, Frank se imagina a sí mismo como el último piloto en vuelo de un escuadrón aéreo derribado por el fuego de artillería jemer en la II Guerra de Indochina, cuya misión es sanear con napalm los latifundios de Cambodia. Y así es como Frank finge que se divierte, y así palia la rutina, pero en realidad lo único que hace es regar con estelas químicas los cultivos de gramíneas.

LORENZO CARLINI

DERBI | *JUAN ABARCA

(…) Porque claro, a todos los que estamos aquí nos la suda el fútbol, ¿no? Porque si no… si no es que es difícil. Entonces, pues nada, en el fútbol hay una palabra que hay como muy añeja, suena como a colonia de puticlub, que es la palabra derbi. Derbi, ¿no? juegan dos equipos del mismo sitio, es un derbi. Un derbi. ¿de dónde han sacao esa palabra? Entonces un día se me hinchó la vena y me puse a escribir co­sas a las que me sonaba la palabra derbi:

Derbi suena como a barón dandy. Derbi suena como cuando una persona que apenas tiene para comer se fuma un puro. Derbi suena como a camionero parado en un puticlub de carretera. Derbi suena como al abuelo paterno de Matías Prats padre. Derbi suena como a las peores frustraciones que haya conocido el corazón de Antonio Alcántara. Derbi suena como a nodo. Derbi suena como al sirviente que lleva a cuestas los palos de golf del señorito. Derbi suena como cuando Paco Rabal se mea en las manos en Los santos inocentes. Derbi suena como a llegar el lunes a la oficina, ver que to­dos los compañeros se hacen gestos de complicidad y no tener ni puta idea de qué ostias está pasando. Derbi suena como a mear en parábola sobre el Manzanares desde un puente. Derbi suena como a la honda tristeza que se siente cuando te cuentan el chiste del perro llamado Mistetas. Derbi suena como a mucha gente gritando como monos. Derbi suena como a una injus­ticia cruel y macabra infligida sobre un varón de catorce años en un país remoto de la que no queda rastro al­guno en ningún lugar. Derbi suena como a peli porno con los matojos sin depilar. Derbi suena como a matón de colegio robándole el bocadillo a uno con gafas. Derbi suena a tanga mas­culino promocional con el logo de Philips. Derbi suena como a dos per­sonas, una delante de otra, hablán­dose a gritos a la vez, y sin escuchar ni una palabra de lo que dice el otro. Derbi suena como cuando llegan cua­tro tipos a un bar y piden un carajillo, un patxarán, un Sol y sombra y un DYC. Derbi suena como un disco de Parchís rallado. Derbi suena a “llevo toda la semana aguantando a un jefe cabrón, no follo nunca y me quiero mo­rir”. Derbi suena como cuando ves una raja de chorizo de Pamplona tirada en el suelo, pisada por varias generacio­nes, y no te planteas cogerla, pero te entra hambre. Derbi suena como a un sitio decorado con estampados de leo­pardo y cebra en el que huele muy mal. Derbi suena como a callejón sucísimo con manchas de sangre seca en las pa­redes y el suelo provocadas por una salvaje pelea en la que varias personas resultaron heridas de gravedad, algu­nas de ellas en estado crítico, fruto de una discusión estúpida por nada. Derbi suena como a estar muy pen­diente de una cosa muy triste que no sirve para nada.

Y hasta aquí algunas resonan­cias de derbi. Con los dos primeros fascículos, las tapas de regalo. Esto último también ha sonao a derbi. Todo suena a derbi.

*JUAN ABARCA

DERBI | UN QUÍDAM CONTINGENTE Y NECESARIO

Miércoles cientos noventa y dos. En una remota localidad se juega un derbi. Un tipo pelea con la alcachofa de la ducha por un poquirriquitín más de agua caliente mientras se afilan sus pezones. En el piso de encima, otro se debate entre calcetines negros o marrones o esos de rayas o unas chancletas, y el bus que se le va y, mientras tanto, los pies descalzos. Porque claro. Y entonces en la otra parte del mundo a un cualquiera cualesquiera le podría pasar más bien lo mismo o, por supuesto, cualquier otra cosa, y de ahí este cuajo por la vida que llevan algunos  (no digo nada) o los que escriben con un pedazo de trozo de tiza en su propio postálamo los consejos que uno no le daría ni a su adversario natural más acérrimo. Y por eso la contingencia básica se da, principescamente, entre individuos monocéfalos o, dicho en una palabra, monocéfalos. Y dale. Acto primero:  Por ejemplo. Me peleé conmigo mismo por comerme la última chocolatina. Me di un garrotazo en la cabeza usando un garrote y la cabeza y me noqueé, tal que así de tranquilamente. Al final la compartimos, pero me quedé con hambre. Y por eso esta mala baba, y que tenga las comisuras sucias y como manchadas de caca. Prepucio: Antes de ello, el técnico de vodafone había discutido consigo mismo delante de mí, por un asunto penelopesco que se traían con el cable de la fibra óptica y, mientras uno lo desenredaba con vehemencia, el otro se inventaba nudos y entuertos por el otro extremo. Como en un derbi: la lucha en casa y el vecino es enemigo como enemigo es el alcalde y yo no soy ni esto, ni aquello, ni lo otro y al final me comí una señal de las que ponen por las calles para regular la circulación como los yogures, y ésta se dobló con el contorno de mi narizota y yo caí muerto como el coyote de los cartunes. Manual del hombre recto, capítulo primero, introsucción: Recto significa Orto. Y al revés. Y así. Me tragué el pipo de una aceituna siendo bebé y ahora se piensan que soy un chico. Pues no. Dos personas se enfrentan por ver quién pasa primero y la grada eufórica. Y otra vez. Como la disyuntiva entre comerse la piza precocinada a medio cocer o esperar a que se calcine, o como cortarse la uña del cuarto dedo del pie después de haber reñido con él por una chorrada en la que ninguno llevaba la razón. Pues es que hay veces que uno se lo piensa, y bien se podría vivir sin índice, ni apéndice, ni cuarta pared. Y hay veces en las que el guarda jurado que te protege te regala un bolagoma y va y te salta un ojo: ¡Gol! Y otro tuerto para vender boletos. Lo corriente, después de todo, es el empate tácito, es decir, la derrota mutua sin victoria para nadie; y por esa misma razón los arcos de triunfo no tienen sentido en ningún sitio, como sí lo tendría, por ejemplo, el dejar el alcantarillado sin tapar, y que decida la coyuntura. Dos chelovecos con arena hasta los tobillos y no más que sendas porras portátiles. Y nada, que eso. Que se juega derbi.

UN QUÍDAM CONTINGENTE Y NECESARIO