*LOS VIAJES DEL DR. TEMPLETAUB; DESESPERADA ESPERA JUNTO AL MAR DE PERA… | THOSLEAF

Aunque estamos ansiosos por narraros las aventuras de nuestro querido doctor alrededor de su manzana, es inevitable detenerse un momento, antes de seguir, para narrar la forma en que se conocieron Zascandilú y «Tempie» (será una de las pocas veces que leeremos este calificativo para dirigirnos al doctor, pero es que en la época de esta narración, todavía no se había convertido en una autoridad en casos raros y extravagancias, con lo que, aún no utilizando su nombre de pila, sobre todo para no hacernos un nudo en la lengua, nos vemos en la necesidad de apelar al entrañable individuo de alguna manera).

Aquella mañana iba nuestro buen amigo apresurado en su caminar pues, muy a su pesar, llegaba tarde al negociado; tomó el camino corto doblando la esquina hacia el coto y cuando estaba llegando tropezó con un marco de lo que parecía un cuadro abandonado.

Observándolo bien, Templetaub se dió cuenta de que el borde del mismo parecía magenta, así que lo asió con el brazo y lo lanzó hacia lo alto. Mientras el marco, elevándose, describía interminables círculos, el doctor sacó el saco en el que guarda sus trastos y lo abrió todo lo ancho para acoger el artículo. Éste cayó todo lo grande que era y desapareció en el interior de tan profundo saco, de modo que, echándoselo a la espalda, apenas se notaba que dentro llevaba todos los elementos necesarios para acometer los habituales experimentos que el doctor llevaba a cabo en sus peculiares excursiones, además del colorido marco, por supuesto.

Retomando la posición adecuada para caminar, enlazando un paso tras otro en su desplazarse sobre el suelo, iba Templetaub de nuevo meditando acerca de los colores y qué olores les correspondía cuando, acercándose ya a la playa de arena de pipos del viscoso mar de pera, pudo observar desde lejos una renqueante figura que parecía disputar a voz en grito pero sin emitir sonido alguno, con un invisible acompañante.

En el breve lapso en que se aproximaban por moverse en sentidos opuestos, era posible apreciar más detalles del mencionado discutidor, y fue entonces cuando Templetaub se apercibió de que la discusión parecía ser con el cuello de su propia camisa, y de ahí que el volumen de la encrespada charla fuese poco audible.

Aunque el tema de la discusión no trascendió hasta muy lejos y el motivo no se hizo muy famoso, el encuentro es tan conocido que llegó a apadrinar la manida frase hecha acerca de: «discutir sobre el seso de los caracoles», no tanto por el tamaño del seso mismo, como por si, en temporadas de sequía como la que acontecía, era una idea inteligente andar tan despacio y dejando tan marcado rastro de babas como los espirálidos hacen.

El caso es que con tan lento devenir hacia el doctor, pronto se percató de que ni la estatura, ni el volumen, ni las proporciones del discutidor correspondían a los parámetros normales de las gentes que habitualmente conocemos. Este individuo tenía la más grande cabeza que pueda apreciarse para tan pequeño cuerpo, con casi dos veces el tamaño del torso, se bamboleaba a un lado y al otro sin un ritmo concreto: daba un paso con la pierna derecha y oscilaba dos veces a la izquierda, daba un paso con la pierna derecha y caía la cabeza hacia atrás como desconectada de la columna, un nuevo paso con la derecha y la cabeza resbalaba sobre el hombro izquierdo para erguirse nuevamente mirando al frente. Las piernas del caminante, aunque de andar constante, parecían de diferente tamaño, la izquierda daba cortos pasitos de dos en dos, mientras que la derecha parecía no querer adelantar al pie izquierdo en sus largas zancadas, situación tan extraña que daba a sus andares un simpático traquetear similar al de un carro deslizándose sobre un serrucho de carpintero excesivamente gastado y mellado. Ambos brazos, delgados y nervisos, cimbreaban como agitados por un huracán, cada uno en una dirección pero sin llegar a definir una trayectoria regular y constante. Todo esto hacía sin dejar de gesticular con las manos y susurrar enérgicamente hacia el interior del cuello.

Todo ello junto resultaba un completo rompecabezas para cualquier observador, obligándole a plantearse por qué arcano motivo conseguía el individuo desplazarse en una línea más o menos recta y alcanzar un destino definido sin acabar escorando hacia cualquier otra dirección en su renqueante caminar y de hecho, Templetaub comenzó a desarrollar sus teorías acerca del «desplazamiento caótico-rectilíneo pendular» gracias a la observación de semejante trabalenguas andante, pero eso, como casi todas las cosas en esta historia, quedará para más adelante.

Ahí permanecía nuestro buen amigo, intrigado por la situación pero siempre respetuoso, hasta que carraspeó suavemente, indeciso entre interrumpir el discurrir del hilo de pensamiento del viajante y apartarse a unos cuantos metros por no tener claro si acabaría arrollado por su caminar. El individuo, lejos de sobresaltarse, se detuvo y, mientras observaba con el ojo izquierdo a nuestro amigo, procedió a enderezar sus extremidades y tronco para componer una figura con cierto parecido a un homínido, aunque, visto de cerca, el tamaño del viajante era mucho menor de lo que parecía a la distancia.

Tras los momentos iniciales de sorpresa ante un individuo que escasamente alcanzaba el ombligo de nuestro doctor, éste comenzó una conversación con el habitual rito de agitar compulsivamente la mano a modo de salutación.

Poco se conserva de dicha conversación, lo que sí que se sabe es que el buen doctor conoció por boca de su contertulio acerca del extravío del Espejo de Realidad Diferenciada, un extraño y místico objeto que tenía la facultad de enseñar, a aquellos que tenían el valor suficiente de enfrentarse a él, la verdadera imagen de uno mismo proyectada al exterior.

Huelga decir que semejante artefacto se guardaba bajo el más absoluto secretismo en la cámara más alta de la torre más baja del menor castillo jamás construído, el diseñado por los famosos nabucodonosorcitos, el «Castillo del Huevo». Un castillo de tal arte edificativo que, cuando uno se aproximaba, y a pesar de ser de un reducidísimo tamaño, tal que cabía en la palma de la mano, se tenía la sensación de estar ante un enooooooooorme rascacielos (si, si, esas manos gigantes que cuando uno las agita hacen cosquillitas a las nubes y las provoca una lluvia de risas húmedas).

Dado el secretismo que rodeaba al espejo y para evitar que fuese encontrado por algún desalmado que pudiese mostrar su verdadera faz a todo el mundo, el castillo cambiaba de ubicación constantemente, lo cual no estaba exento de peligro, ya que los cálculos necesarios para reubicar el castillo estaban en manos de un desmemoriado anciano que se ayudaba, para los cálculos biliares, perdón, quise decir posicionales, de un ábaco tridimensional de pendiente negativa, el cual por todos es sabido que en los cálculos de divisiones, siempre devuelve la diferencia al por menor, con lo cual se ahorraban numerosas operaciones. Estos cálculos estaban regidos por complicadísimas fórmulas de física cuasiánticas (es una física que casi roza los conceptos de la actual física cuántica) que tan sólo el propio anciano conocía, pero dada su senectud, en más de una ocasión había errado el resultado (culpa de sus anteojos, que deberían llamarse post-ojos ya que muchas veces los tenía colocados en la nuca) haciendo aparecer el castillo en los más extraños lugares.

Se recuerda generalmente con más simpatía la ocasión en que el anciano despistó un decimal y, mientras lo buscaba por el suelo, accionó involuntariamente la palanca de traslación elíptica del castillo y éste acabó bajo las posaderas de la archi-duquesa de Cimarrón, públicamente conocida como la mole de Cimarrón por su «estilizada» figura de insospechadas curvas toneleras. Como el castillo reemplazó la cabalgadura de la Duquesa mientras esta competía como amazona en la tradicional carrera de caballos de Cimarronia, la duquesa, que generalmente acababa entrando en la meta llevando a rastras su montura, quedó sentada con una mueca mezcla de perplejidad y placentero alivio sobre el pico más elevado de dicha torre, la torre del homenaje (que en adelante se llamo la torre posadera), dando lugar a que la gente acuñase la tan manida frase de «ir cabalgando huevos» cuando alguien iba demasiado despacio para apreciar su movimiento.

Volviendo al buen doctor y su querido compañero Zascandilú, sorprendemos su conversación mientras Zascandilú comentaba acerca de su terrible pérdida/extravío del famoso espejo. Nuestro buen doctor, acostumbrado a escuchar y atender las más extravagantes peticiones de ayuda por parte de sus vecinos, rápidamente se solidarizó con la desgracia y, como vosotros mismos habéis ido elucubrando, comenzó a pergeñar una extraña idea en su cabeza, tal vez el marco que había encontrado…

Efectivamente, cuando el buen doctor sacó el marco de su infinita bolsa de objetos extraños, la alegría se hizo patente en el rostro de Zascandilú, que comenzó a palmear con los pies mientras giraba alocadamente sobre el brazo derecho hacia el lado al que huyen las agujas del reloj. El problema estribaba, para el buen doctor, en la desaparición de la superficie reflectante que, obviamente, no se apreciaba en el marco. A esto, Zascandilú sonrió y respondió: «Este espejo es muy peculiar, algunas personas ṕarecen verlo vacío, pero eso se debe, buen amigo, a que estas personas no cambian la cara interior con respecto a la que muestran al mundo, y el espejo, por tanto, no tiene nada que mostrar, quedando transparente.»

La conversación alcanzaba su final y Zascandilú, contento por el encuentro, propuso al doctor que le acompañase a entregar, a los nabucodonosorcitos, este curioso artefacto de tan trágico designio, por lo que éste, olvidando sus tareas diarias, aceptó encantado la invitación y juntos emprendieron camino en busca de Melquíades Ubicatrón, el anciano responsable de colocar el castillo en un lugar distinto cada vez, para conocer de este modo, dónde tendrían que acudir para retornar el espejo a sus legítimos custodios.

El camino fue largo e intrincado, y les acontecieron peculiares aventuras que estrecharon fuertemente los lazos que en adelante les unirían, pero eso, amigos míos, es motivo de otras historias que tal vez contaremos. El caso es que, una vez conocido el lugar, ambos casi se dieron de cabezazos uno con el otro, ¿sabéis dónde aparecería la próxima vez el castillo del Huevo?…

Efectivamente, en la playa de arena de pipos del mar de Pera.

THOSLEAF

SOSTIENE PEREIRA | ANTONIO TABUCCHI

(…) Formidable, señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, formidable, es verdaderamente un cuento bellísimo, no creía que Daudet tuviera tanta fuerza, he venido para felicitarle, lástima que no haya firmado usted la traducción, hubiera deseado ver su nombre entre paréntesis bajo el cuento. Pereira le explicó pacientemente que lo había hecho por humildad, o mejor, por orgullo, porque no quería que los lectores descubrieran que toda aquella página la escribía él, que era su director, quería causar la impresión de que el periódico contaba con otros colaboradores, que era un periódico como Dios manda, en resumen: lo había hecho por el Lisboa.

ANTONIO TABUCCHI

FOTO:ESPUTOVERDE*ROMA

RASDRÁS | PABLO LAVILLA

conocí conocí a hnyudi azulesglasos lotra noche, pasada la medialuna. yo repartía gasettas a los despistados mientras fumaba cancrillos para matar el hambre y alguien sugirió goborar acerca del teorema de los cordoplastos. yo apenas sé mucho, pero si tal me defiendo. y entonces otro al que nunca vi antes vino a decir nos que no teníamos nideadenada y entamó a darle a la golosa con nosequé cosmogonías de una culebralrededor del mundo y cuando empezaba a ponerse el asunto de lo más sofista llegaron los exsiameses bifurino y bifuranto, dando voces en elojio de las leyes de la termodinámica y ya terminamos siendo almenos cuatropazguatos máso menos beligerantes en medio de lacera. de espropósito y de esproporcionado. NAGUAL gritó sobre la barahúnda:Y entonces, me sabrán decir uds, después de tales muestras de peroratismo y trampargumentos, por qué yarboyarboclos decimos qhay arañas que son gigantes y planetas que son ENANOS? yo me callé y no sé si fui el primero, pero losdemás también guardaron silencio y no sehubiera oído nada entonces de no ser por los camionesdelabasura que hacen ruido en la noche. azulesglasos llegó entonces y nos saludamos con la mano.perolló me fui más tarde sin desayunarme y con la saca llena de gasettas que no ven di. al otro día me senté en un banco de la plaza de NedLudd a dejar en blanco el rasudoque y geraldino arribó de pronto y semesentó alado. chocó sus tres contra mis cinco y me dijo quétal por mi nombre. yo asentí sisisí y nos callamos las bocazas. geraldino sacó una tela llena de pienso para pelícanos y lo repartió al rededor de nosotros. no tardaron en aparecer los ibiseremitas.lloledije Eres un ornitosádico de lo más cruel.yelmedijo Ya me sabes, a mí me gustan las cosas sencillas como la mistela con dos yelos y una mosca, los apeaderos terminales y los accidentes de teleférico acámara rápida, eso y ver cómo se atragantan los ibiseremitas los martes porlatarde, anteso después a todos nos llega el turno de ser devorados, queloaprendí en la tele. ysiguióhablando Mira, sinomecrees, esasquina dallí, el garbonzo’s, nada menos, con esas letras grandes y todo ese humus barato de factoría como reclamo para los domingueros, pues déjame decirte que antes aquello era el colmado de boris nakazan, famoso en toda la prefectura por tener unos hojos preciosos, una hermosa nariz, unos labios perfectos y unas horejas de lo más apetitosas, y, sin embargo, todaquello junto resultaba grotesco y de sagradable como si su rostro fuera un colaje de recortes con los rasgos de las más bellas personas vistasdesdefuera, y claro, no llegaban a encajar del todo, voy adecirte más, sabes ese hangar abandonado junto al río muil? pues no era para nada un hangar, ni mucho menos, eso un día fue la destilería de mhiel de zebra desta prefectura, tu no habías nacidoaún y ya nunca sabrás cuánto dedeliciosa era la genuina mhiel de zebra de san lundo, y la fundó mi bisuegrabuelo, nada menos, el francuzbeco gustavius quaga, que llegó con seis rixdales en el carmano y un par de lecciones de química que limpartió su vecino pin, y así contodo montó un himperio y calzaba un llavero gordo y abundante como los que gastan las personas con re esponsabilidades.(PUNTO)interrumpí Caramba! ahora con seis rixdales no te llega ni para el corcho. ygeraldinosiguióalosullo De poco le importa ya la econominflación, pues hace lustros questá criando lombrices en el muertedero con el es que leto blanco lustroso y, ya lo viste, su ecsitosa destilería reducida a borrachoso recuerdo de gerontohígados como el mío. geraldino arrojó el resto del pienso ala melé de ibiseremitas que se arremolinaba sobre los emplumados cadáveres de los que habían llegado primero y puso pies en polvo rosa sindespedirsesiquiera, abandonándome a los groncos graznidos. tan poco yo tardé enirme. malejé por la avenida y pasé sobre las dovelas dadobe del arco del fracaso. es importante que toda ciudad tenga uno, me digo a veces, para recordar a losanónimos que fracasaron antes que no sotros, y talvez también para vurlarse de todos los que fracasarán de espués. para dójicamente, este arco llevaquí desde nosecuándo, así quencierto modo sus arquitectos tuvieron écsito en su construcción aunque lo erigieran delrevés.y llo, sin darme cuenta, me quedé así sasnutado con la nananana de mis pasos y tuve que preguntarle a la milicienta por las señas de mi casa, gulando en sentido errónio. Pues cómo me va, me pregunta eldel quiosqo quando qompro ahí las qosas, Pues me va que se me va y que al final ni azulesglasos ni nopca de reseteo ni quiero bolsaplástico con la barra de pan y la banana, que vine aquí gritando y nago, de esnudo, y desdentonces sólo puedo estar de esvestido, que ni mis dhientes me pertenecen aunque un día fueran de mi mamamamá, que no tengo nideadenadadenada y que sólo me dura esta resaca queseme viene aveces y carrastro desde que nazí. yes por eso mismo que sujirieron dantebrazo el título de semibicéfalo asecas, pues de tener dos golovás, seguseguramente sólo usaría una   .

PABLO LAVILLA

FOTO:ESPUTOVERDE*ROMA