Vaya si me atraganté con el suspiro aquel…
Allá por 1992, y de repente 2020. Crisis, qué cosas, otro siglo.
Entonces, caminando a través de dunas mentales, nos encontré.
Estábamos sentados mirando las estrellas. Buscando la más brillante.
Entre flores azules que abrían y cerraban sus pétalos, parpadeando perplejas.
Compartíamos una guitarra como si fuera una fruta en medio del desierto.
Y cuando me tocó cantar a mí, la verdad es que me olvidé de la letra.
Y tenía tantas ganas, y lo tenía tan tatuado…
Disgustada, aunque emocionada, de dar un sentido rápido, siempre rápido, como la M-30.
Lo mandé todo al carajo.
Tantos días encerrada procurando ordenar.
Procurando hacer limpieza de años pasados…
Y es que lo mandé todo al carajo.
Me despisté de mi enojo, de esa lágrima, con un nacimiento nuevo y repentino.
Había que romper el suelo. Nunca no era nada, tenía que ser ahora.
Porque no hay parte de mí que quiera morir en la ignorancia.
Quizás sea esta la maldición o el obsequio difícil de disfrutar.
El caso es que lo llevo cargando, y de eso hace ya unas cuantas vidas atrás.
No lo creía, pero había que arder.
Estamos en ésa revuelta, asustados de mortalidad premeditada.
Viendo el planeta desde arriba a lo proyección astral.
Disfrutándonos sobre un campo azul sin que sea ilegal…
Buscando astros luminosos, compartiendo una cerveza,
Parpadeando los pétalos, rompiendo el suelo.
Naciendo de nuevo.
ANDREA ANGELINA