Llueve. Ahí fuera llueve. Y truena. En mi pieza hay noche cerrada y yo cierro los ojos y no veo nada; los abro y no veo nada. No me gusta no ver así que me pongo a mirar hacia dentro. Hace tiempo que no lo hago y, por lo que veo, más tiempo del que creía.
Analizo lo que veo y no, no está mal pero algo falla, algo cojea. Veo que por dentro está la cosa bien pero algo no cuadra. Pienso y ya lo tengo. Lo que está mal es mi vistahaciadentro. Sí, me doy cuenta que no veo bien. Sobre todo de futuro. Pasado lo veo bien aunque cada vez más borroso, pero eso no importa. Mucho. De presente si estoy bien. Lo veo todo bien claro, bien hermoso. Lo disfruto. Pero de futuro nada. Cada vez menos. Cuando quiero enfocar sólo veo infinitas líneas cruzándose entre ellas y llevando cada una a infinitos destinos diferentes. Y se me complica.
Se me complica porque a veces, cada vez más, mi cerebro se sale de su recipiente que es mi cráneo y piensa por sí sólo y ahora le da por intentar ver de futuro y elegir uno de los destinos. La ingente cantidad de posibilidades de elegir dos veces consecutiva la misma meta me hace volar cada día a diferentes lugares. Todas las noches, desde hace un tiempo, me voy a la cama con un destino nuevo y despierto con un destino diferente. Así no hay quien camine. O avance. Sí, mejor dicho, avance.
Y la cosa es que esto me pasa desde hace un buen tiempo pero yo pensaba que era por otras cosas y no. No. El problema es que no veo bien de futuro. Y eso me preocupa. Me preocupa porque, como digo unas líneas atrás, me dificulta avanzar. Aunque en realidad, por ahora, no lo ha dificultado pero tenemos que tener en cuenta que todos los verbos que conjugamos en futuro acabamos conjugándolos en presente.
Y así ando ahora. Caminando a la deriva, sin saber no sólo a donde voy sino no sabiendo si avanzo o si retrocedo. O incluso si estoy dando vueltas en un mismo punto desde hace meses. Esta última tiene bastante sentido. En los últimos tiempos, de repente, hay veces que todo da vueltas. Pero no marea. Es una sensación genial. Todo gira menos tú. O al revés. Y es entonces cuando crees que eres un astronauta en medio del universo jugando con la gravedad.
Cierro los ojos otra vez y descubro algo nuevo: ningún destino se ve bien, todos están borrosos. He ahí la cuestión. No es que yo vea mal de futuro es que los destinos no se ven hasta que se llega a ellos. Ahora entiendo todo. Casi todo. Bueno; algo. La vida es caminar entre millones de sendas sin preguntar cuánto falta para llegar. No hay metas. Los destinos los inventas tú. Dejo el texto y me voy a inventar. O a soñar que dirían otros.
PABLO P. LAVILLA