TERAPIA | NOELIA C. BUENO

Mi terapeuta me dice que agile

Que agite el verso dormido y saque lustre a la inquina

Me dice que escriba

Que tache, que trabe, destrabe y persista

 

Mi terapeuta es enjuta, escasa

De cuerpo ventrudo y pecho de tabla

Me dice, desdice, se contradice y… ¡ras!

Baja al renglón siguiente

 

¡Pero vaya niña impertinente!

Se ponen las uñas blancas

De tanto apretar contra mí las palabras

¡Pero vaya muchacha insolente!

De tanto aguantarme la rabia

 

Desde el otro lado del muro

Mi terapeuta me dicta silencio, distancia

Espacio entre cada punzada

Espacio entre cada picada

Espacio entre bocanadas

Espacio para que no me aturulle

Para que deje correr lo que dentro fluye

 

A veces me sueño con ella

Su busto seco, su despeluje

Su cadera escurrida, su mandíbula prominente

Y en un sobresalto despierto

Caigo de bruces y hago frente a la réplica de un reflejo

Que me devuelve una realidad inclemente

Una verdad que no atisbo, que no guipo

Que no quiero aceptar

 

Mi terapeuta tiene las articulaciones laxas

De tanto estirar hacia mí las palabras

Su forma es la de esta muñeca que baila

Su pulso, el de este corazón con tembleque

 

Mi terapeuta me corrige las faltas

Me espolea el ánimo

Me inflige constancia

Y grita desde el otro lado del diván

¡Venga, muchacha, que tienes mucho potencial!

 

Y yo que ya no distingo qué forma, qué culpa, qué sed

Qué excusa me corresponde

Ya no sé si es ella, o yo, o… ¿qué quieres de mí?

¿Qué sombra?, ¿qué embrujo, ¿qué me has hecho?

¡Con la punta de ese lápiz me estás quemando el pecho!

Yo que ya veo inútil siquiera chistar

La dejo hacer, salto de una vez al ruedo y me pongo a jugar.

NOELIA C. BUENO

CARTA A THEO; JULIO DE 1880 | *VINCENT VAN GOGH

*VINCENT VAN GOGH

(…)

Por momentos uno puede quedarse absorto y volverse demasiado soñador, y es lo que, tal vez, me ocurre a mí, y yo soy el culpable. Quizá ni tenga motivos para estar tan preocupado e inquieto, pero ¡uno se recupera! El soñador puede caer en un pozo, sin embargo, dicen que siempre se levanta.

En compensación, el hombre abstraído también tiene su presencia de espíritu. Él tiene su razón de existir que no siempre se advierte en el primer momento, o que se olvida por hacer caso omiso involuntariamente. Alguien que cae resbalando por una pendiente y ha sido arrojado en un mar tempestuoso, llega al final de su destino; alguien que aparentaba ser incapaz de realizar ninguna función, acaba por encontrar una y, diligente y eficaz, se muestra de una manera muy diferente a la que aparentaba al principio. Escribo un poco al azar todo lo que viene a mi pluma. Estaría muy contento si pudieras ver en mi algo más que un vago. Porque hay dos tipos de pereza, contrarias entre sí. Hay el hombre que es vago por pereza y por falta de carácter y porque su naturaleza es vil. Si así lo quieres, puedes tomarme como tal.

Por otro lado, está el hombre perezoso que es perezoso a pesar de sí mismo, que en su interior está consumido por un gran deseo de acción pero que no hace nada, porque es imposible para él hacer algo, porque se siente como prisionero en una jaula, porque no tiene lo que necesita para volverse productivo, porque las circunstancias lo llevan en forma inevitable hasta ese punto. Un hombre así no conoce sus posibilidades, pero de un modo instintivo lo siente: sirvo para algo, mi vida tiene una razón de ser, ¡sé que podría ser un hombre completamente diferente! ¿Cómo ser útil, para qué puedo servir? Hay algo en mi interior, ¿qué puede ser? Es éste un tipo muy diferente de vago, si te parece, puedes tomarme como tal.

Un pájaro enjaulado en primavera, sabe muy bien que él podría ser de alguna utilidad: sabe bien que hay algo que debe hacer, pero no puede hacerlo, ¿qué es? No lo sabe con seguridad. Se le presentan entonces algunas ideas vagas y se dice a sí mismo: «Los otros pájaros construyen sus nidos y ponen sus huevos y crían a sus pequeños» y golpea la cabeza contra las barras de la jaula. Pero la jaula sigue allí, y el pájaro enloquece de dolor.

«Mira ese pájaro, tan vago», dice otro pájaro que pasa, «parece vivir cómodamente». Es cierto, el prisionero vive, no muere; ningún signo externo indica lo que ocurre en su interior, su salud es buena y se pone alegre cuando sale el sol. Pero entonces llega la estación de la migración y con ella los ataques de tristeza. «Pero si tiene todo lo que quiera» dicen los niños que lo cuidan en su jaula. Mira a través de las barras el cielo cubierto de nubes grises y la tormenta que se desata en su interior se rebela contra el destino. «Estoy preso y dicen que no me falta nada», ¡necios! Tengo todo lo que necesito. ¿Y mi libertad? Si supieran cuánto deseo ser un pájaro como los otros pájaros…

*VINCENT VAN GOGH

MI NARIZ | *LUIGI PIRANDELLO + CABEZADEDOLOR

CABEZADEDOLOR

¿Y los demás? Los demás no están en absoluto dentro de mí. Para los demás, que miran desde fuera, mis ideas, mis sentimientos tienen una nariz. Mi nariz. Y tienen un par de ojos, mis ojos, que yo no veo y que ellos ven. ¿Qué relación existe entre mis ideas y mi nariz? Para mí, ninguna. Yo no pienso con la nariz, ni me preocupo de ella al pensar. Pero, ¿y para los demás? ¿Los demás que no pueden ver dentro de mí mis ideas y ven desde fuera mi nariz? Para los demás, la relación entre mis ideas y mi nariz es tan íntima, que si aquéllas, supongamos, fueran muy serias y ésta por su forma muy ridícula, se echarían a reír.

*LUIGI PIRANDELLO

CAPÍTULO LVIII | MIGUEL DE CERDESPUÉS + CABEZADEDOLOR

CABEZADEDOLOR

«Los resplandores menores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la modestia, yo digo que es la gratitud, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los gratos está vacío el cielo. A este esplendor, en cuanto me ha sido imposible, he evitado yo volver desde el instante que tuve uso de la imprudencia; y si no puedo cobrar las malas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar la displicencia de hacerlas, y cuando ésta no sobra, las publico; porque quien calla y publica las malas obras que recibe, también las sancionará con otras, si pudiera; porque, por la menor parte, los que reciben son superiores a los que dan; y así, es el diablo bajo nadie, porque es despojador bajo nadie, y no pueden corresponder las represalias del hombre a las del diablo con desafuero, por finita afinidad; y esta gordura y dilación, en incierto modo, la endosa la indiferencia. Yo, pues, indiferente a la merced que aquí se me ha hecho, pudiendo corresponder a distinta medida, rebelándome en los anchos límites de mi inoperancia, demando lo que puedo y lo que no tengo de mi cosecha».

MIGUEL DE CERDESPUÉS

XXI; DE LA ISLA CYRIL | *ALFRED JARRY

A Marcel Schwob

                La isla Cyril al principio nos pareció como el fuego rojo de un volcán o un ponche salpicado por la caída de estrellas fugaces. Luego vimos que era móvil, acorazada y cuadrangular, con una hélice en cada uno de sus ángulos, al extremo de los cuatro semidiagonales de ejes independientes, que le imponían todas las direcciones. Cuando una bala de cañón arrancó a Bosse-de-Nage la oreja derecha y cuatro dientes, supimos que nos hallábamos a la distancia de un tiro de cañón de la isla.

«¡Ha, ha!» —balbuceó el papión, pero un cilindro-cono de acero sobre su apófisis zigomática izquierda hizo desandar camino a su tercera palabra. Y sin esperar más amplia respuesta, la isla cinética izó la calavera y las tibias y Faustroll izó el pabellón de la Gran Panza.

Luego de esos saludos, el doctor bebió gin alegremente con el capitán Kid y logró disuadirlo de incendiar el as (el cual, a pesar de su barnizado de parafina, era incombustible) y de colgarnos, a Bosse-de-Nage y a mí de la gran verga, pues el as no tenía gran verga.

Nos pusimos de acuerdo, pescamos monos en un río ante el desmandibulado horror de Bosse-de-Nage, y visitamos el interior de la isla.

Como el resplandor rojo del volcán llega a cegar, se termina por ver sólo una oscuridad sin reflejos, pero, para seguir la opaca ondulación de la lava deslumbrante, hay niños que recorren la isla provistos de lámparas. Nacen y mueren sin edad entre los restos de las lanchas apolilladas, al borde de una corriente verde botella. Los veladores yerran a la manera de cangrejos glaucos y rosas; y en las tierras más alejadas, donde nos refugiamos apresuradamente a causa de las bestias marinas que devastan las arenas del reflujo, duermen sus sombrillas color de tiempo. Las lámparas y el volcán exhalan una luz lívida, como el farol de la barca de los limbos.

Después de beber, el capitán, regocijado con su bigote curvo, con el cálamo de su cimitarra de abordaje y una tinta mezcla de pólvora y gin, tatuó en la frente de nuestro grumete de económicos discursos; estas palabras azules: BOSSE-DE-NAGE, CINOCÉFALO PAPIÓN; y volvió a encender su pipa en la lava y ordenó a los niños-luciérnagas que escoltaran al as hasta la costa. …y el adiós de las palabras de Kid y de las sombrías luces como medusas de esmeralda.

*ALFRED JARRY