UN DÍA DE MIERDA | TAZÒN

Un golpe sordo me sacò de mi descanso. Me incorporè en el sofà preguntàndome què hora debìa ser, y alarguè la mano para coger el telèfono mòvil de la mesa ¿Cuànto tiempo habìa dormido? Vaya, las 4 y media, lo que iba a ser una pequeña cabezada de sobremesa se habìa convertido en una larga siesta de 2 horas. Me sentìa aturdido, como siempre que mi sueño se prolonga màs de la cuenta despuès de comer. Oìa un rumor apagado al otro lado del pasillo, como si alguien estuviese revolviendo en algo, y terminè de despejarme. Me levantè con los restos del sueño todavìa adheridos a mì, un sueño placentero, pero algo me decìa que lo que vendrìa a continuaciòn no serìa agradable.

Abadonè el salòn y fuì a mi habitaciòn, la puerta estaba abierta y me asomè. Temìa la que iba a encontrarme. Dos maletas abiertas estaban tiradas en el suelo mientras Marta revolvìa en el armario. Iba y venìa del armario a las maletas arrojando su ropa sobre ellas con furia, con la que estaba formando una montaña de jerseys, pantalones, blusas y camisetas. Me apoyè en el marco de la puerta con los brazos cruzados observando la escena. Ni siquiera se percataba de mi presencia dentro del frenetismo que la poseìa en esos momentos. Sabìa que este dìa llegarìa, que volverìa a repetirse de nuevo, y con toda probabilidad serìa la ùltima vez que sucederìa. Sentì pena y cierta resignaciòn, me habìa preparado para ese momento, pero tampoco sabìa muy bien cómo reaccionar. La reacciòn de ella estaba clara cual serìa. Tuve que carraspear para hacer notar mi presencia y sacar a Marta de su arrebato. Se sobresaltò ligeramente y girò sobre sì misma, me mirò por unos segundos y despuès siguiò sacando sus cosas.

_Se acabò, me marcho_dijo en un tono funesto_Sabìa que lo volverìas a hacer. Què tonta he sido por creerte.

Terminò de vaciar su zona del armario y siguiò con su mesita. Un montòn de bragas y ovillos de calcetines volaron por el aire y fueron a parar a las maletas.

_Eres un degenerado, un maldito enfermo. De verdad, necesitas ayuda_decìa mientras vaciaba los cajones_He soportado manìas de todo tipo a los tìos. He hecho cosas en la cama que me repugnaban sòlo por satisfacerles, pero esto… Esto supera cualquier costumbre por rara y desagradable que yo haya visto_casi parecìa estar hablando màs consigo misma que conmigo.

Me mantuve callado en todo momento. Rebusquè en mi mente cualquier alegato en mi defensa, una justificaciòn que pudiera exculparme o calmar la situaciòn, pero sabìa que no habìa subterfugio al que aferrarme. Habìa agotado todas las excusas en anteriores ocasiones. De todas formas pensè que estaba siendo un poco injusta… Ella, la que tanto aseguraba haber transigido en sus anteriores relaciones. Ja! Marta, la pija, la niña de mamà, la delicada de estòmago y siempre preocupada en lo que diràn los demàs. En mi interior sentì un nuevo atisbo de resignaciòn, pero en absoluto negativo esta vez. Quizà no fuese tan terrible que me abandonase, al fin y al cabo ya no tendrìa nada que esconder a partir de ahora, podrìa hacerlo con total libertad.

Cuando toda su ropa estuvo en las maletas, la desparramò en el interior sin siquiera doblarla, con lo fina que era ella. Realmente estaba poniendo tierra de por medio y lo querìa hacer con la mayor rapidez posible. La primera maleta cerrò perfectamente, pero con la segunda forcejeò sin alcanzar el resorte de la cerradura. Se estaba desesperando por momentos, y al final la abriò con un grito de rabia, sacò un par de sus jerseys de angora, los lanzò al otro lado de la habitaciòn y por fin logrò cerrarla. Se puso en pie y me mirò con una mezcla de asco e indignaciòn.

_¿Es que no piensas decir nada, joder?_gritò_¿Me largo y lo ùnico que haces es quedarte ahì plantado, maldito comemierda?_y entonces sì reaccionè.

Me separè del marco, me dirigì a toda la velocidad hacia ella y yo tambièn gritè, vaya que si lo hice. Hasta me agradò la mueca de repugnancia que se dibujò en su cara al oler mi aliento tan cerca. La gritè que ella era la verdadera comemierda, ella y su familia, nuestros vecinos, nuestros amigos, la sociedad entera eran unos devoradores de mierda. Todo el mundo se llenaba la boca y la cabeza con ella. La deseaban a paladas. Suplicaban por ella y calmaban su adicciòn viendo programas para gilipollas como «Sàlvame» u «Mujeres y hombres y viceversa», la buscaban en Netflix, y pagaban por meterse una buena dosis llendo al cine a ver la ùltima porquerìa de moda en Hollywood. La consumìan en Mcdonalds o en Burguer king a precios exagerados. Estaba en los supermercados, manipulada y llena de aditivos. Estaba en la radiofòrmula. Estaba en la prensa. Se la quitaban de las manos a todos los putos influencers que la promocionaban. Influencers… Cada vez que veo a un anormal de esos diciendo a los demàs lo que deben comprar o consumir, recuerdo a Mark Renton diciendo, «cualquier imbècil puede sacar pasta del caos». Dios… Sociedad de mierda, Marta, vivimos todos en una sociedad de mierda y nos rebozamos en ella. Tù y todos sois unos sacos de heces con patas, sedimentos humanos incrustrados en la tapa del water que es este mundo, adoctrinados para consumir lo màs bajo y zafio, alimentando vuestra propia ignorancia. «La ignorancia es felicidad», cantaban los Ramones. El buen gusto ha muerto, aplaudimos nuestra degeneraciòn intelectual y tildamos de extrañeza el pensamiento libre. Vuestra estupidez es la verdadera mierda ¿Y tù te crees que estàs en derecho de sojuzgarme a mì?. Pues disculpa, Marta, pero como decìa la canciòn de Minor Threat, «estàs llena de mierda. Rellena!!!».

Marta se quedò estupefacta por un momento, casi parecìa estar aterrada, y despuès cruzò mi cara de una bofetada. Me mirò dolida, aunque todavìa desafiante.

_A pesar de todo espero que seas feliz y encuentres a alquien que te acepte con todas tus locuras… pero dudo que encuentres a nadie a menos que sea a una de las tìas de «2 girls, 1 cup»_me espetò con despecho. Cogiò las abultadas maletas, me empujò con el hombro a un lado y saliò de la habitaciòn. Segundos màs tarde, el escandaloso portazo hizo temblar los cristales de la ventana.

Me quedè por unos minutos allì de pie, sin saber muy bien què hacer pese a lo conforme que me sentìa con la situaciòn. Finalmente salì con paso lento y me dirigì a la cocina ¿Por què demonios es tan horrible? ¿Por què està tan mal visto en este manicomio de sociedad prejuicioso y absurdo? ¿Acaso hago daño a alguien? La coprofagia no provocas guerras, ni muerte, ni mucho menos hambre ¿No se decìa que Santa Margarita Marìa Alacoque se comìa los excrementos de los enfermos que cuidaba para mortificarse? Lo mismo ese fue el motivo de su canonizaciòn…

No me siento mal conmigo mismo por hacerlo, ni me creo las advertencias mèdicas sobre sufrir la hepatitis o una amibiasis, al menos nunca me ha ocurrido a mì en todo este tiempo. Estàn llenos de microorganismos saludables para el funcionamiento del cuerpo. De todas formas soy muy cuidadoso. Me fijo mucho en el color y en la forma, no todo puede aprovecharse. Suelo desecharlos cuando salen de un color entre blanco y arcilla, cuando adquirieren ese tono pàlido por el abuso de los medicamentos y conservan la quìmica expulsada. Tambièn descarto las que son muy oscuras porque eso es sinònimo de exceso de hierro, o de un tono rojizo por el uso de colorantes y de bebidas gaseosas. Ùnicamente rescato para mi provecho las que son màs verdes por la verdura y los vegetales, o las amarillas al ser màs ricas en proteìnas, aunque estas suelen ser las màs apestosas y hay que disimular su sabor àcido con ciertas especias.

Fuì a la cocina y revolvì en lo màs profundo del arcòn, donde estaban escondidos. Allì se encontraban, congelados en bolsas de plàstico de cierre hermètico, con la fecha escrita de cuando los engendrè. Saquè una de las bolsas y observè de cerca los excrementos. Eran como salchichas granuladas, como si estuvieran formadas de diferentes fragmentos. Eso significada que estaba un poco estreñido cuando los evacuè. Depositè la bolsa en un plato y le dejè encima de la encimera para que estuviesen descongelados hacia la noche. No suelo darme el festìn de mierda con mucha frecuencia para evitar la gastroenteritis, la ùnica desventaja de mis hàbitos alimenticios aparte del mal aliento, pero què demonios. Mi novia me habìa abandonado por un motivo tan ridìculo como mis gustos gastronòmicos y mis preferencias nutricionales, creo que me merecìa un pequeño homenaje. Otros cuando estàn tristes piden cosas tan poco saludables como una pizza grasienta a domicilio, un kèbab hecho de los despojos de una carne que ni se sabe de què animal proviene, o devoran una tonelada de helado industrial lleno de calorìas. Todo se reduce a una cuestiòn de gustos y preferencias, y en mi caso este es uno de los pocos placeres que me quedan.

Las penas con mierda son menos penas, pensè, y regresè a la habitaciòn a por un antiàcido.

TAZÒN

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LA MIERDAMORFOSIS | PABLO LAVILLA + RUBÉN PADRÓN

Cuando Regorio Sánchez se despertó una mañana después de un sueño húmedo, se encontró sobre su cama una horrible mancha de esmegma con aspecto de meconio. En ciertas culturas translatitudinales, y en otras quizá no tan ciertas, este signo es considerado inequívocamente como el peor de los augurios, si no el peor. Pero Regorio, que era un tipo algo curioso, aunque tampoco exageradamente cultivadísimo, ignoraba estas cábalas y erudiciones y no le dio mayor importancia, ni una miaja, y se limitó a retirar la sábana bajera del colchón y a arrojarla con desdén al rincón de la ropa sucia.

Se llegó al retrete desdeñando al tipo del espejo y defecó fastuosamente, cosa de tres kilopondios de caca entre concreta y licuada. Después se echó un poco de agua del grifo por la cara, se vistió con unas prendas del montón de la ropa limpia y se fue a currar.

Regorio Sánchez se ganaba el parné barriendo pelo en la barbería de Ferpudo García, apenas a dos cuadras de su casa, pero desde que la catástrofe de la central térmica de biomasa de Estramonia dejara a toda la población rematadamente calvorota y con cabeza de rodilla apenas tenían más tarea que chismorrear con los parroquianos, ahora discapacitados capilares, que seguían pasando por allí por pura rutina y por no tener trabajo, ni nada peor que hacer.

Entró por la puerta bajo el tintineo de una campanilla oxidada.

—¿Qué tal? —saludó Fer

—Bah… ni fulastre, ni fabuloso —rezongó Regorio.

—Pues por aquí más o menos de lo mismo —dijo el otro—. De momento no hay ni medio pelo que barrer, puedes sentarte a leer las revistas, si te sale.

—¿Y me vas a pagar por ello? —replicó Regorio.

—Tampoco te voy a cobrar —sentenció Ferpudo.

Regorio se dejó caer en la bancada de plástico y agarró el primer panfleto de la cesta. Se trataba del número cuatrocientos diecisiete de la revista Hez!, de otoño del 73. Observó detenidamente la portada: Un par de odaliscas otomanas enarbolaban un cáliz como sacado de la segunda cruzada en chancletas, con un rótulo ocre parduzco que rezaba: «Los Lupanares de Bursa: Erotismo y Coprofagia en el Medievo malqueda tardío». Abrió la revista por una página al azar. Continuar leyendo «LA MIERDAMORFOSIS | PABLO LAVILLA + RUBÉN PADRÓN»