DEL ORIGEN Y LA ANTIGÜEDAD DEL GRAN PANTAGRUEL | *FRANÇOIS RABELAIS + *GUSTAVE DORÉ

*GUSTAVE DORÉ

No será cosa inútil ni ociosa, dado que nos sobra tiempo, recordaros la primera fuente y origen de la que nos nació el buen Pantagruel: pues veo que todos los buenos historiógrafos así han compuesto sus crónicas, no sólo los árabes, bárbaros y latinos, sino también los griegos y los gentiles, que fueron sempiternos bebedores.

Os conviene, por consiguiente, anotar que en los comienzos del mundo —me remonto a muy lejos, hace más de cuarenta cuarentenas de noches, por contar a la moda de los antiguos druidas—, poco después que Abel muriera a manos de su hermano Caín, la tierra embebida de la sangre del justo fue cierto año muy fértil en todas las clases de frutos que sus flancos produjeron, y en especial en nísperos, que por eso se lo llamó, según se recuerda, el año de los nísperos gruesos, pues cada tres pesaban una arroba.

En éste las calendas fueron halladas en los breviarios de los griegos. El mes de marzo cayó en cuaresma, y fue mitad de agosto en mayo. En el mes de octubre, me parece, o bien en septiembre —por no errar, pues de esto querría cuidadosamente guardarme—, fue la semana, tan famosa en los anales, que se llama la semana de los tres jueves, pues en ella hubo tres, a causa de los irregulares bisiestos , en que el sol se movió un poco, como debitoribus, a la izquierda, y la luna varió su curso en más de cinco toesas, y fue manifiestamente visto el movimiento de trepidación en el firmamento, llamado aplane, de tal manera que la Pléyade media, abandonando a sus compañeras, declinó hacia la Equinoccial, y la estrella llamada Epi abandonó a la Virgen, retirándose hacia la Balanza, que son muy espantables hechos y materias tan duras y difícilesque los astrólogos no son capaces de morder en ellas: ¡muy largos habrían de ser sus dientes si pudieran llegar hasta eso!

Imaginad que todo el mundo comió con gran satisfacción los mencionados nísperos, porque eran hermosos a la vista y de sabor delicioso; pero lo mismo que Noé, el santo varón —hacia quien tanto agradecimiento sentimos por haber plantado la viña, de la cual procede el nectárico, delicioso, precioso, celeste, alegre y deífico licor que se denomina morapio—, se engañó al beberlo, porque ignoraba la alta virtud y poder de éste, lo mismo les sucedió a los hombres y mujeres de aquel tiempo, que comieron con gran placer de este hermoso y grueso fruto.

Pero a los que así lo hicieron acaeciéronles muy diversos accidentes, porque a todos ellos sus cuerpos se les hincharon horriblemente, aunque no a todos en un mismo lugar. A unos se les hinchó el vientre, y el vientre se les volvía jorobado igual que un grueso tonel, de los que está escrito: Ventrem omnipotentem, los cuales fueron todos gentes de bien y grandes zumbones, y de esta raza nacieron san Barrigón y Carnestolendas. Otros se hinchaban por las espaldas, y eran tan jorobados que los denominaban montíferos o portamontañas, de los cuales todavía veis en el mundo de diversos secos y dignidades, y de esta raza surgió Esopo, cuyos altos hechos y dichos tenéis por escrito.

Otros se hinchaban a lo largo, por el miembro que se conoce como el trabajador de natura, de manera que lo tenían maravillosamente largo, grande, gordo, lozano y con la cresta erguida al modo antiguo, tanto que servían de él como cinturón, dándose cinco o seis vueltas alrededor del cuerpo, y si ocurría que se encontrara a punto y tuviera el viento en popa, al verlos hubierais dicho que se trataba de gentes que tenían sus lanzas en ristre dispuestas para justar al estafermo. Y de éstos se ha perdido la raza, según aseguran las mujeres, pues ellas se lamentan continuamente de que

no quedan ya gordos como ésos…

            Ya conocéis el resto de la canción.

Otros crecían tan enormemente en materia de compañones que los tres llenaban bien un almudí. De éstos descendieron los compañones de Lorena, los cuales nunca habitan en bragueta, sino que caen hasta el fondo de las calzas.

Otros crecían por las piernas, y al verlos hubierais dicho que se trataba de grullas o de flamencos, o bien de gente andando sobre zancos, y a quienes los pedantes llamaban, en gramática, jambus.

A otros la nariz les crecía tanto que parecía cuello de alambique de colores diversos, llena de bubas, pululante, purpurada, achispada, esmaltada, granuda y bordada de gules, como podéis haber visto en el canónigo Panzudo y en Patapalo, médico de Angers, en cuya raza pocos fueron los que amaron la tisana y en cambio todos fueron aficionados al mosto setembrino. Nasón y Ovidio procedían de ellos, y todos aquellos de quienes se ha escrito: Ne reminiscaris.

Otros crecían por las orejas, las cuales tenían tan desarrolladas que de una hacían jubón, calzas y sayo, y con la otra se tapaban como si fuera capa a la española, y se dice que en el Borbonesado todavía dura la raza, y las llaman orejas de borbonés.

Otros crecían en largura de cuerpo. Y de éstos procedieron los gigantes, y por ellos Pantagruel:

y el primero fue Chalbrot,

que engendró a Sarabrot,

que engendró a Faribrot,

que engendró a Hurtaly, que fue muy aficionado comedor de sopas y reinó en tiempos del diluvio,

que engendró a Nemrod,

que engendró a Atlas, quien con sus hombros impidió que el cielo se cayera,

que engendró a Goliat,

que engendró a Erix, el cual fue el inventor del juego de los cubiletes,

que engendró a Tito,

que engendró a Orión,

que engendró a Polifemo,

que engendró a Caco,

que engendró a Etión, el cual fue el primero que padeció gálico, por no haber bebido frío en verano, como atestigua Bartachim,

que engendró a Encelado,

que engendró a Ceo,

que engendró a Tifoé,

que engendró a Aloe,

que engendró a Otón,

que engendró a Egeón,

que engendró a Briareo, que tenía cien manos,

que engendró a Porfirio,

que engendró a Adamástor,

que engendró a Anteo,

que engendró a Agato,

que engendró a Poro, contra el cual combatió Alejandro el Grande,

que engendró a Arantas,

que engendró a Gabbara, el primero que inventó el beber para pasar el rato,

que engendró a Goliat de Secundille,

que engendró a Ofot, el cual poseyó una terrible y hermosa nariz para beber a barril,

que engendró a Artaqueo,

que engendró a Oromedón,

que engendró a Gemmagog, que fue el inventor de los zapatos a la polaca,

que engendró a Sísifo,

que engendró a los Titanes, de quienes nació Hércules,

que engendró a Enac, que fue muy experto en quitar las durezas de las manos,

que engendró a Fierabrás, el cual fue vencido por Oliveros, par de Francia y compañero de Roldán,

que engendró a Morgante, quien fue el primero en este mundo que jugó a los dados con anteojos,

que engendró a Fracasus, de quien ha escrito Merlín Concayo,

de quien nació Ferragut,

que engendró a Papamoscas, el primero que inventó ahumar la lengua de buey en la chumenea, pues antes todo el mundo las salaba como se hace con los jamones,

que engendró a Bolivorax,

que engendró a Longis,

que engendró a Gayofo, el cual tenía los compañones de álamo y la verga de acerolo,

que engendró a Masticahambres,

que engendró a Quemahierro,

que engendró a Tragavientos,

que engendró a Galeoto, el cual inventó los frascos,

que engendró a Mirelangault,

que engendró a Galafio,

que engendró a Falurdino,

que engendró a Roboastro,

que engendró a Sortibrant de Conimbres,

que engendró a Brushant de Mommière,

que engendró a Bruyero, quien fue vencido por Ogier el Danés, par de Francia,

que engendró a Mabrun,

que engendró a Futasnon,

que engendró a Hacquelebac,

que engendró a Vergadegrano,

que engendró a Gaznategrande,

que engendró a Gargantúa,

que engendró al noble Pantagruel, mi amo.

Comprendo bien que, al leer este pasaje, se os presente una duda razonable y os preguntéis: ¿Cómo es posible que sea así, dado que en el tiempo del diluvio todo el mundo pereció, excepto Noé y siete personas que se hallaban con él dentro del arca, entre quienes no figura el susodicho Hurtaly?

La pregunta está bien hecha, sin duda, y es muy adecuada; pero la respuesta os contentará, o yo tengo la razón mal calafateada. Y como en aquel tiempo yo no estaba allí para contároslo como fuera mi deseo, alegaré la autoridad de los masoretas, buenos calzonazos y hermosos gaiteros hebreos, los cuales afirman que verdaderamente el susodicho Hurtaly no estaba dentro del arca de Noé, porque no podía entrar en ella por ser demasiado grande, pero estaba encima a caballo, una pierna aquí y otra allá, como los niños en los caballitos de madera, y como el grueso Toro de Berna, que fue muerto en Marignan, cabalgaba por montura un grueso cañón pedrero, que es un animal de hermoso y alegre amblar, sin tacha alguna. De esta manera salvó, después de Dios, a la citada arca de perderse, pues él la movía con sus piernas y con el pie la giraba hacia donde quería, como se hace con el timón de un barco. Los que estaban dentro le enviaban víveres bastantes por una chimenea, como gente agradecida por el bien que les hacía, y a veces parlamentaban juntos, como hacía Icaromenipo con Júpiter, según el relato de Luciano.

¿Habéis comprendido bien todo esto? Bebed, pues, un buen trago sin agua. Pues si no lo creéis, «yo tampoco, dijo ella».

*FRANÇOIS RABELAIS

*GUSTAVE DORÉ